martes, 15 de noviembre de 2011

Tumbas y banderas


Algunos amigos (y amigas), me lo recordaron ayer.
El artículo está publicado en IDEAL de Granada, el 18 de septiembre de 2008.
Uno se queda estupefacto, bastante incrédulo y un poco desalentado al comprobar que los años no han cambiado nada las cosas. Ni a uno mismo...

Decía así:

FEDERICO García Lorca no está enterrado en una cuneta, tirado como un perro a la vera del camino. Ni Federico García Lorca ni quienes tuvieron la desdicha de compartir con él la fosa común cercana al barranco de Víznar. El entorno donde yacen el poeta y sus compañeros de infortunio es, desde hace muchos años, un lugar de culto a su memoria, enaltecimiento de las víctimas de la guerra civil y repudio de la intolerancia homicida. Acotado y convenientemente vallado, embellecido, cuidado en la medida y a la manera en que Granada vela por sus entornos históricos -o sea, regular tirando a mal-, cada año se congregan en el lugar cientos de personas, celebrando el evento poético-literario más importante de nuestra agenda cultural. Durante todo el año, diariamente, son muchos los viajeros, curiosos y estudiosos que frecuentan el parque García Lorca en las afueras de Alfacar. Mausoleo que podía ser más hermoso, pero no más apropiado. Ni más indicado.

Los familiares de las víctimas de la guerra civil -hablo, conscientemente, de las que pertenecían al bando republicano y que sufrieron persecución durante la guerra y represión en la posguerra-, han tenido treinta y dos años para reclamar su derecho a la exhumación de los cuerpos habidos en fosas comunes. Franco no murió antes de ayer. No tenemos una Constitución soberana y leyes democráticas desde la semana pasada. ¿Sólo ahora resurge ese dolor de quien sabe que un ser querido fue fusilado y sepulto a trascampo? Permítanme una frase impopular, pero tal como la siento la digo: No me lo creo.

De este trasiego de muertos y fosas, este renacer de la memoria necrófila, el resurgir de la España de la muerte que aventa sus cenizas a setenta años de concluida la guerra civil, y treinta y tres de la muerte del dictador, no me creo nada.

Alguien tiene algo que ganar. Eso sí me lo creo.

La misma izquierda que hace treinta años organizaba nutridos y curtidos servicios de orden con instrucciones de apalear a quienes tuviesen la osadía de sacar una bandera republicana en una manifestación, es ahora la que agita, histérica y vengativa, una memoria de la que fueron ellos los primeros en proclamar la conveniencia de su extravío. No les creo. Algo tienen que ganar, seguro.

Nos convencieron, por las buenas o por las malas, de que la reconciliación nacional era absolutamente necesaria para la instauración de la democracia en España. Crecimos pues, finalmente, en esa cultura de avenencia, perdón y olvido de rencores, aunque no de los desastres de la guerra ni, por supuesto, la inconveniencia de las dictaduras. Mas hoy asistimos, atónitos, a la reinvención de la ética por parte de quienes defendieron con todo vigor la amnistía para los policías torturadores, 'incontrolados', paramilitares y otras bandas criminales del franquismo.

No me equivoco, porque tengo memoria, si recuerdo que esa izquierda agotó las existencias de colgadura y banderas rojigualdas al día siguiente del intento de golpe de Estado de Tejero. Llevaban encima 'la estanquera' hasta para ir a la compra. Daba gusto oír a Santiago Carrillo clamar «viva España» al final de sus mítines en aquel tiempo. Aquí se perdona y se olvida cuando conviene, no cuando se debe. Por eso me barrunto que en la súbita y milagrosa recuperación de los ayes y lamentos, la herida no cerrada y estos afanes por resarcirse del agravio, algo tienen que ganar.

Que nos llamen insensibles, cínicos, fachas o le que les salga de entrecanales, pero que no nos vuelvan a tomar por tontos. A un servidor ya le partieron la cara una vez, por sacar una tricolor un primero de mayo, y el energúmeno que casi me deja tuerto no llevaba uniforme gris ni camisa azul sino brazalete de Comisiones Obreras. Otra hostia no van a colocarme, eso lo tengo bien claro. Ni otra vez van a engañarme.

Si quieren seguir con su negocio, y para el óptimo auge del mismo precisan reeditar un discurso que aborrecían cuando, en su momento, hubiese sido de ley defenderlo, allá ellos. Si quieren comportarse tal como Plutarco afirmaba de los fenicios, «sumisos con los dominadores, tiránicos con quienes dominan», es su problema, su disyuntiva moral por así decirlo. Para el camino -que es un andurrial del NoDo-, ya pueden ir olvidándose de algunas aquiescencias; por ejemplo, la de quienes sufrían la ira y violencia de los matones con brazalete de esa izquierda. Arriesgarse a alzar la bandera roja en una concentración pública y acabar con un ojo morado, era casi un axioma matemático; porque aquellos aguerridos defensores de la reconciliación, redaños para plantar cara a otra gente no tenían, todo hay que decirlo. El charol de la Guardia Civil y el brillo de los zapatos de la policía política les desarbolaban las convicciones. Con ingenuos, pánfilos estudiantes empeñados en reeditar el mayo francés 'a la granaína', ya se ponían más duros. Si tienen memoria, que hagan memoria.

Por cierto, y ya puestos a reverdecer el gusto por sentirse minoría: ¿Dónde hay que apuntarse a la desobediencia civil en el caso de que el 'chef' Garzón, nuestro deslumbrante especialista en justicia de autor, decida profanar el sepulcro de Federico García Lorca, ante las narices de todos los granadinos? Me apunten a intifada en el barranco de Víznar. Corro al bazar de la esquina a comprar un pañuelo palestino.

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