lunes, 30 de enero de 2012

La creación de un mito

Hace unos treinta años, el Centro Universitario de Akron, Ohio, organizó un experimento. Habilitaron una jaula de dimensiones considerables, adaptada para que en su interior pudiesen convivir doce chimpancés, machos y hembras. Los cuidadores, durante las primeras semanas, los atendían con todo esmero, alimentándolos, observando su estado de ánimo y salud pero sin mostrarles signos de afecto para que los primates no se encariñasen demasiado con ellos. Cuando los chimpancés estabilizaron su convivencia, pusieron en medio de la jaula una escalera bastante alta, de tijera y anclada al suelo con sujeciones metálicas, a fin de que se mantuviera firme y sujeta, tan erguida e imponente como un ónfalos, o sea, ombligo y centro del mundo para los chimpancés en aquella jaula que, en realidad, se había convertido en su único mundo. Dejaron la escalera allí un par de días, mientras que los simpáticos monos iban familiarizándose con el artilugio.


Al tercer día, un cuidador entró en la jaula, subió a lo alto de la escalera y dejó en la tarima superior un enorme, sabroso e irresistible racimo de plátanos. En cuanto el tipo salió de la jaula, los chimpancés corrieron escaleras arriba para hacerse con los plátanos. Uno de ellos, triunfante, lo tomó para sí y mostró sus dientes a los demás. Era su presa y por tanto su posesión. En ese mismo instante, los cuidadores pusieron a funcionar cuatro mangueras de agua a toda presión, empapando a los chimpancés excepto al que había conseguido el racimo de plátanos. A los chimpancés les fastidia mucho mojarse, el largo pelo tarda mucho en secar, pasan frío y se encuentran incómodos, tan incómodos como querían los investigadores que se sintieran.

Al día siguiente se repitió la operación, y al otro, y así durante una semana. Al octavo día, cuando el cuidador dejó el racimo en lo alto de la escalera, algunos chimpancés se abalanzaron contra quienes pretendían trepar y hacerse con la fruta. Chillaban, gruñían, golpeaban e incluso llegaron a morder a alguno de los más obstinados en repetir la ceremonia de uno-come-los-demás-se-joden. A los pocos días de observado el nuevo comportamiento, todos los chimpancés vigilaban celosos, iracundos, para que ninguno de ellos subiera a la escalera en busca del racimo de plátanos. Ninguno de los chimpancés admitía que otro del grupo subiese en busca de los plátanos. No hacía falta cambiarlos hasta que estuviesen demasiado maduros, y en ese lapso de tiempo a ninguno de los monitos se le ocurrió romper la norma, aprovechar cuando los otros dormían o algo semejante, entre otros motivos, me figuro, porque los tenían bien alimentados.

http://felizmente.es
La segunda parte del experimento consistió en reemplazar a un chimpancés. Sacaron de la jaula a un veterano e introdujeron un nuevo inquilino, el cual, lo primero que hizo, fue ventear los plátanos y subir por la escalera. Los demás se echaron sobre él y le dieron una tremenda paliza. Así dejaron pasar otros dos días. Al tercero, se repitió el cambio de chimpancé. El nuevo divisó el tesoro frutal, fue hacia la escalera y los demás le dieron el correspondiente correctivo, incluido el primer chimpancé de recambio, que nada sabía de los manguerazos de agua con que se castigaba a los perdedores en el juego de trepar la escalera y comer plátanos. Con sucesivos cambios, durante un mes, se llegó a la siguiente situación: todos los chimpancés de la jaula eran nuevos, ninguno había sufrido los baños a presión, ninguno había comido ni la cáscara de un plátano y todos apalizaban a quien osara acercarse a la escalera maldita. Fin del experimento. La escalera y los plátanos son un tabú sagrado, y violarlo se castiga con implacable violencia.

Ha nacido un mito.

Y ahora, la verdad verdadera:

jueves, 19 de enero de 2012

Libros gratis... ¡Y a qué precio!


En su columna semanal de El Cultural, JuanPalomo señala el drama con toda precisión:

"El año acaba con la industria editorial bajo mínimos, con caídas de hasta el 40 %... Según la consultora GK, en 2011 los españoles compraron 280.000 aparatos pero sólo 180.000 ebooks. Y es que se va extendiendo una idea mortal, denunciada por José Luis Amores en un texto que ha cruzado como un rayo la Red: “Me compro esto y lo amortizo con todos los libros en papel que voy a dejar de pagar porque son ¡gratis!”"".


Bueno, es lo que hay. Las grandes editoriales llevan lustros y décadas fomentando una industria basada en el consumo inmediato de títulos ligeros, compitiendo en primera línea (con las mismas oportunidades que un SEAT Panda contra un Ferrari), en el negocio del entertainment. Han convertido la literatura en ocio finisemanal, la novela en materia prima para el cine de masas, la poesía en sustancia viscosilla para letras de cantautores divinos... Todo lo cual, como es de lógica, ha fomentado la irrupción de un público lector feble, zascandil, ligeramente mitómano, obsesionado con las listas de “más vendidos”, los grandes premios comerciales, deslumbrado por el glamour de autores mediáticos que no saben escribir dos frases sin meter un gerundiazo y no conocen la “o” por lo redondo. Ese público (de masas), puerilizado, mimado en su capricho, halagado y abaratado, va a lo suyo. A ese público que no ama la literatura sino el pasatiempo, le importan un comino el esfuerzo del editor, el trabajo del autor, la profesionalidad del librero, los desvelos de todo un gremio (venerable, por cierto). Pudiendo conseguir de gratis el último best seller, por ellos pueden pudrirse en la humedad de las librerías abandonadas todos los títulos que no les interesan (que son casi todos).

Como dicen en Surinam: "El que siembra, recoge".

Al final, va a resultar que el gorigori de la industrial editorial no llega imparable en oleadas de frivolidad lectora, sino por culpa de una maquinita (también lectora), que va a resultar más lista que todos los editores del mundo.

Con esos lectores y esos éxitos en papel que llevan toda la vida fomentando, ¿qué esperaban en el imperio e-book? Todo gratis y echa el cierre, que hasta aquí hemos llegado.

A modo de ejemplo, y antes de que me cierren el blog por el efecto Sinde:

http://www.lecturalia.com/blog/2011/12/04/las-descargas-de-el-prisionero-del-cielo/

jueves, 12 de enero de 2012

Espantosa Buenos Aires

Desde hace tres días, Sonia y yo no hablamos por skype de otra cosa: los niños abandonados, sin techo, sin sustento, que recorren las zonas turísticas de Buenos Aires (Corrientes, 9 de Julio, plaza de la República...). Entran en los supermercados y preguntan, con mucha educación, si les pueden comprar “un chocolate”; eufemismo infantil que significa: algo para comer. Tanto los niños como las niñas suelen pedir a las mujeres. Además de educados, son cautos y se protegen lo mejor que pueden del precio que algún turista puede cobrarles por el chocolate.

Los empleados de las tiendas relatan que esto ocurre desde que, durante la crisis de 2002, miles de niños fueron abandonados, puestos en la calle y ahí te pudras. La policía explica que esa es la situación, que no hay un organismo estatal o municipal que se encargue de esos niños. Sólo algunas entidades privadas, con escasísimos medios, intentan ayudarles. También cuentan los policías que las personas mayores sin hogar (también a miles), se desenvuelven mejor: revuelven en las basuras y lo aprovechan todo. Debe de ser por eso que las aceras de Buenos Aires están llenas de bolsas de basura despanzurradas.

Se acabó para siempre el atractivo de la ciudad más europea y cosmopolita de América (eso decían), la magia del tango, el encanto de las viejas librerías, los cafés, los teatros, Piazzola y la Bombonera. Buenos Aires es un inmenso misery town donde, lo urgente, es dar de comer a ancianos desvalidos y niños sin padres ni autoridades que se preocupen de ellos. Es el Buenos Aires real que no han visto (¿no lo han querido ver?), los alegres viajeros al Buenos Aires del glamour cultural; una ciudad que no existe desde hace mucho tiempo. Los peronistas, los borgianos, los cortazarianos, los futboleros, los descamisados, los potreros, los tanguistas, las minas, los grasitas, las mamás de mayo, los bacanes, los jueces, los pizzeros, los gordos, los radicales, los flacos, los negros, los cholos, los maradonas, los publicistas, los menotistas, los otarios, los alterios y darines, qué carajo... ¿van a hacer algo, alguna vez, para remediar esta ignominia?

martes, 10 de enero de 2012

Sin noticias de los vendimiadores


Se veía venir. Como “la derecha” ha ganado las elecciones generales, los demás ya tienen tiempo para dedicarse a lo suyo, que son uvas. Santa inopia, la modorra de maitines que es privilegio de los apartados del poder.

En el PSOE están reflexionando (a buenas horas). Andan de primarias. Chacón y Rubalcaba debatirán en un congreso... La emoción me impide continuar.

En Andalucía seguro que lo llevan más entretenido. Tienen elecciones autonómicas dentro de dos meses. Pero no crean, no les veo pulso de campaña. Bueno, están con lo de los EREs falsos, los millones que soltó Ruiz Mateos por aquí y por allá, abracadabra, los negocios de Iván Chaves, las aceitunas de Zarrías y cosas por el estilo... en fin: lo de cada día.

En IU deben de estar inmersos plenamente en secundarias, porque no hay muchas noticias. La línea antifranquista continúa obsesionada con los huesos y los monumentos; y la fracción indignada sigue haciendo frases sobre la banca pública. Todo en orden. Nada nuevo.

Los nacionalistas al pesebre, como siempre: o España les cede la administración de los impuestos que rapiñen en su cortijo (y en casa ajena, faltaría más), o convocan un referéndum independentista. No es que haya que hacerles mucho caso, ya se sabe que esta gente no es feliz si no amagan pedroylobo dos o tres veces al mes. Pero ya cansan. Qué aburrición.

El PP, con sus juicios en Valencia y Mallorca va servido. Está como la casa real: un tío simpaticote al frente y cantidad de undargarines jodiendo el invento.

El gobierno de España, con perdón, dice que la situación económica es malísima, que entramos en recesión (otra vez), y que la perspectiva es desesperada pero no preocupante. Remedio: subir los impuestos y recortar un poco de aquí y otro poco de allá. La demencial bancarrota del Estado Autonómico, esa segunda edición del Imperio ajustada a demanda de los caciques territoriales... Esa brecha imparable en la línea de flotación del Estado, el monumental despilfarro, el sepukku histórico a la española... Ni tocarlo. Se mantendrá el gasto público a costa del dinero de todos. O sea, como hasta hoy y que Dios nos pille confesados. ¿Quién dijo que Keynes estaba periclitado?

En la calle, también como siempre, muchas gracias. Cada día más desempleados, menos dinero, menos crédito, más empresas al cierre, condiciones laborales más precarias (quien las tenga). En cuanto se acaben los saldos de las tarjetas de crédito, Mercadona corte el grifo del pago aplazado y suba un poco más la gasolina, empezaremos a ver de verdad la cara a la crisis. Su verdadero rostro y su mijita de hambre. Lenin acuñó un término encantador: “Pudrición social”. Rosa Luxemburgo, menos rigurosa pero mucho más poética, lo expresó con el título de un soneto (merecería serlo): “Socialismo o barbarie”.

En ello estamos. Ya hemos tenido socialismo y vamos por la barbarie viento en popa.

Nuestra casta política también está por enterarse, aunque no lo parezca. Sólo hay que darles un poco de tiempo. En cuanto acaben la vendimia, tendremos más noticias de ellos.

viernes, 6 de enero de 2012

La derecha acomplejada y la izquierda en su ámbito natural


Ayer 5 de enero, en rueda de prensa tras el consejo de ministros, la portavoz del gobierno, Soraya Saez de Santamaría, se explayó detallando las medidas fiscales aprobadas por el ejecutivo con carácter de urgencia y, según nos aseguran, transitoriamente. Ante los medios, la portavoz del gobierno de Mariano Rajoy se refirió siete u ocho veces a España, llamándola “estepaís” esas mismas siete u ocho veces. Parece que a Soraya, como a mucha gente de estepaís, le cuesta trabajo pronunciar la palabra España. Lo cual no tendría mayor importancia, porque cada cual nombra al mundo y cuantas cosas hay en el mundo (España y estepaís incluidos), como le da gana; no la tendría, digo y no lo digo por decir, si no fuese porque el síndrome de estepaís evidencia el acomplejamiento y labilidad sistémica de una derecha que en realidad nunca ha tenido un proyecto global de sociedad, ni siquiera de estado, y siempre se ha encontrado (como al día de hoy), desarmada ideológicamente ante la izquierda. El discurso teórico de la derecha española, desde hace cuarenta años, siempre ha sido el mismo: concordia civil y no herir susceptibilidades. El fenómeno merece la pena ser comentado, y a ello me pongo en cuanto acabe de poner este punto y aparte.

No herir susceptibilidades, sensibilidades y epidermis delicadas está bien. Otra cosa es andar de puntillas, midiendo las palabras, retorciendo el lenguaje y agachando la mirada para no molestar a los sectarios que trazan los límites de su tolerancia según sus propios instrumentos de medición, conforme a lo que puede asumir su pertinaz intolerancia. Es el discurso victimista (calado ya hasta la caña de los huesos en nuestra panda sociedad), de los fanáticos, intransigentes y caraduras (que de todo hay en esa viña). “Como yo aborrezco el nombre de España, usted tiene obligación de decir estepaís porque en caso contrario me ofende”. De tal forma, los métodos estructurales de la convivencia democrática se establecen no en base a un razonable ordenamiento jurídico, como sería de desear, sino al albur caprichoso de “sensibilidades” cada vez más exigentes. La puerilidad se instala en el discurso oficial, como respuesta a la no menos pueril rabieta permanente de quienes conocen el truco: cuanto más se quejen y más amenacen con disturbar, más beneficio obtendrán. No vivimos exactamente en un estado de derecho sino de hecho; y los hechos... jodidos andan. Desde que José María Aznar se cubriera de gloria cambiando los nombres oficiales de Lérida, Gerona, La Coruña y algún otro enclave de estepais, la derecha no ha dejado de confirmar la evidencia: no tienen ideología.

Entendámonos. Hay personas (físicas y jurídicas, individuales o colectivas), que se manejan en la vida con una determinada filosofía. A otras les basta con conceptos claros. Y otras necesitan un manual de instrucciones. Esa es la ideología de la derecha política española: un prontuario de recetas para remediar los males que, históricamente y según su santo criterio, han causado tremendos problemas a España. (Escribo “España” porque me sale de donde yo te diga y porque, de momento, es la nación donde vivimos todos). Era el mismo discurso del general Franco: “No se metan ustedes en política”. ¿Ideología? Teniendo de su parte a la iglesia católica, incansable suministradora de contenidos éticos, animosa generadora de la weltanschauung hispana, para qué van a ponerse a pensar en asuntos vagarosos, ajenos a la prima de riesgo, el Ibex 35 y los porcentajes del euríbor?
Ya tenemos, en consecuencia, trazado el mapa idóneo: la derecha en el poder, acomplejada, sin cuerpo teórico que la sustente y ocupándose de la economía, que es lo suyo; y la izquierda en la oposición, armada hasta los dientes con filosofías y conceptos que tarde o temprano incendiarán el bosque seco.


Cuando hay anorexia económica, tal cual en estos tiempos, esa es la situación más ventajosa para la propia izquierda, por mucho que ahora lamenten haber perdido importantísimas parcelas de poder tras las dos últimas convocatorias electorales. Tiempo tendrán de alegrarse y comprender que en política hay tiempo de siembra y tiempo de cosecha. Ahora, les toca echar simiente, protestar de vez en cuando y cuidar que la lumbre no se apague. Estoy convencido de que esa misma izquierda (al menos sus cabezas más lúcidas), sabe perfectamente que esta monumental crisis económica, sólo comparable a la que se resolvió en el siglo pasado por medio de dos guerras mundiales, no puede ser gestionada, desde el poder, por unos partidos e ideologías que están genéticamente incapacitados para ello, históricamente desautorizados y, por vía de la experiencia (en España bien reciente), olímpicamente desbordados por la crudelísima realidad. La izquierda, una vez confirmada su renuncia a cambiar el mundo (doy por sentado que cambiar el mundo significa sustituir el modo de producción capitalista por otro alternativo y radicalmente distinto), sólo tiene una opción real de poder: aguardar tiempos de bonanza y postularse como gobernantes con mayor criterio y solidez de principios en cuanto concierne a repartir la riqueza. Pero si no hay riqueza que compartir... mal lo llevan. Aunque llegarán sus nuevos buenos tiempos, seguro. Mientras el tinglado funcione tal como está organizado, llegarán.

Por otra parte, quien piense que el triunfo del Partido Popular en las pasadas elecciones de noviembre fue un éxito doctrinal, como que los españoles hubiesen comprendido al fin las excelencias programáticas de la derecha liberal, así como la nulidad teórica de la izquierda, se equivoca tres rotondas. A pesar del jesuítico y muy sabio consejo de “en tiempos de crisis no hacer mudanza”, el electorado a hecho un viaje natural: cada uno a su redil y pocos votos prestados. El PP, que obtuvo unos resultados muy similares a los de 2008, es curiosamente, y muy probablemente, quien más votos prestados tiene. Seamos objetivos: para votar al PSOE había que estar muy convencidos o tener mucho temor a perder demasiado. Para votar al PP, bastaba un razonamiento: “Peor no lo pueden hacer; a ver si al menos salen más formales”.


Los demás votos, que son muchos, en su casa; desde los vergonzantes, más bien ilegales diputados de esa coalición amiga de ETA, a IU y los nacionalistas catalanes. Hubo incluso dos millones de electores que se quedaron en casa a conciencia, votando desde el sofá y con toda su intención al único partido en el que confían: el de Rita la cantaora. Lo insólito de aquellos resultados electorales fue que el partido que más aumentó en votantes, UPyD, saliese implacablemente dañado por una ley electoral injusta, con tintes caciquiles tirando a feudales. En su tiempo se pactó dicha ley con los nacionalistas, o sea que tampoco hablamos de ninguna anormalidad en esta democracia de territorios y no de ciudadanos.

Mientras todo esto sucede, la derecha de estepaís, fiel a su exclusivo papel histórico como remediadora de desaguisados, continuará instalada en la burbuja sin mácula donde habita, incontaminada por ninguna ideología porque de eso no tienen, obsesionada con no herir susceptibilidades y ser, dentro de un orden, más progre que los progres. Tan tolerante con los intolerantes como aquel concejal de Bailén (Jaén), que estaba dispuesto a cambiar el nombre de un instituto, el “19 de julio”, aniversario de la famosa batalla, porque era fecha demasiado próxima al 18 del mismo mes. Y eso, claro, podía herir algunas sensibilidades... Sobre todo si se pertenece al gremio de los imbéciles.

Pues ahí están y así van a seguir un tiempo, bajo el aguacero y aplicando a estepaís su gran cuerpo teórico: el manual de instrucciones. Puede que, con suerte, consigan medio sacarnos de la crisis. Por lo demás, claro lo llevan.

jueves, 5 de enero de 2012

Enganchado al móvil


La otra noche soñé que había perdido el celular. Lo dejé en una tienda de cerámicas, figuritas, recipientes fastuosos de mucho colorín y cachivaches de esos. Sabía que lo había extraviado en ese lugar. Como me encontraba a unas calles de distancia, pensé que no iba a resultarme difícil volver sobre mis pasos y recuperar el móvil. Comencé a caminar.

Sólo comencé a caminar. En cuanto di dos pasos, me encontraba perdido, sin norte, devastado por una abrumadora confusión. Me sentía inválido, cristalizado y más bien estuporoso en las dos únicas dimensiones donde todo mortal debería saber desenvolverse: el tiempo y el espacio. Antes de que el sueño se convirtiera en pesadilla, decidí despertar. “Estoy enganchado al móvil”, pensé. Me levanté, fui a echar una meada, volví al catre y tuve otros sueños de los que no me acuerdo ni me falta que hace.

Acabo de recibir “un WhastApp” desde Manaos. Sonia está por esos mundos desde hace diez días, y la mensajería instantánea se ha convertido en una herramienta imprescindible para ponernos en contacto. La diferencia horaria nos condena a encender el Skype a horas desabridas para mí, o para ella. Un lío. Pero estamos siempre en contacto, gracias al móvil. Y acabo de darme cuenta del verdadero significado del sueño.

O sea, guapa, que ya lo sabes: no estoy enganchado al Galaxy, sino a ti. Sin ti, estoy más perdido que un indio (de los del Amazonas) en una película de romanos. No soy persona.

Ahora publico esto en el blog, y mañana, día de reyes en España (a saber  que fiestas celebrarán en la Amazonía), lo lees y te sonrojas un poco. Pero luego sé que vas a meditarlo. Lo sabes: sin ti no soy nada.

lunes, 2 de enero de 2012

Deja al gurú y vente conmigo


Sólo quienes teníamos (y supongo que seguimos teniendo), un organismo y una psique intolerantes al haschis, sabemos el suplicio que suponía hacer vida social en aquellos años y en determinados ambientes. Tarde o temprano aparecía el coñazo de turno con su china (o con aceite afgano, o goma doble cero, muchísimos peores), y todo el mundo estaba poco menos que obligado a fumar en corro. A los que el haschis nos daba mal rollo, paranoia, ansiedad e incluso agitación, se nos miraba como a bichos raros, sospechosos de reaccionarismo y en cualquier caso convictos de una espantosa conducta: cortar el rollo a los demás. Eran tiempos de ideologías fuertes, mas la experiencia cotidiana y doméstica de aquellas ideologías totalizadoras nos devuelve un recuerdo instalado en la sorna, la misericordia y la sonrojante sensación de haber estado haciendo el ganso durante unos cuantos años. No demasiados, por fortuna.

Toda novela tiene un núcleo primigenio, de índole vital; el aliento decisivo que la ha inspirado y que no pertenece necesariamente al meollo del argumento, la intención, alcance, significado o indagación sobre lo real que pretende el texto. Más bien responde a una necesidad de reconciliación con aquellos imponderables que turban o han turbado la existencia del novelista y que no siempre son de origen racional. El inconsciente, muy a menudo, pide responsabilidad en la tarea de la novela, como avasallante susurro que la sugiere y casi la ha impuesto. En el caso de Sin noticias de Acuario, hay una incertidumbre, cierto desasosiego que recorre toda la narración y que no se ajusta de manera automática al retrato que Reyes García desarrolla sobre los últimos tiempos del franquismo. Al margen de la inquietud intelectual y espiritual de casi todos los personajes de la novela, y de la zozobra colectiva que se vivía en aquellos años (1974/75), empapa esta novela un atisbo de malestar, de desacomodo con la vida y todas sus facetas, el cual, tan inmisericorde como invisible, acompaña a Isabel, la protagonista, en una trayectoria marcada siempre por la indecisión, quizás la inseguridad sobre todo lo que hace o deja de hacer, lo que piensa y en lo que cree, o aquello en lo que debería creer. Desde este punto de vista, Sin noticias de Acuariome parece más una novela existencial, de introspección sobre el sentido de una juventud entregada a una causa,  que generacional. La descripción del cataclismo familiar que supuso el fin del franquismo, observada con indudable lucidez y expresada con soltura y amenidad por Reyes García, se antoja entonces “fondo de decorado”, perspectiva general donde se enmarca la búsqueda y la paciente indagación de la protagonista sobre esa verdad que debería otorgar una razón decisiva a su existir.

Porque eran tiempos en los que necesitábamos, ante todo, certidumbre. El viejo mundo se venía abajo, ante nuestra mirada, y el empecinamiento del Régimen en ser fiel a sí mismo hasta el final, descolocaba del mapa a todos cuantos sabíamos que una nueva sociedad estaba naciendo, así como nuevos valores, ideas, convicciones y motivos para creer que comprometieran nuestra actividad diaria. Pero, ¿dónde encontrar puntos de referencia sólidos cuando todo lo que no fuese oficial, y en consecuencia llamado a extinguirse, estaba prohibido? Ni en el seno de la familia, ni en el instituto, ni en las aulas universitarias (con alguna que otra excepción), se encontraba aquella respuesta. Los amigos eran el primer asidero. Casi el único. Y sucedía entonces que el ambiente de las amistades determinaba en grado casi exclusivo las opciones que cada cual, según su criterio y entender, tomaba en esos momentos. Cuántos militantes de izquierdas, adeptos a filosofías integralesy otras opciones interpretativas del mundo tomaron su vía por la influencia de la amistad, es algo sobre lo que habría merecido la pena reflexionar en esos tiempos. Pero, claro, estábamos tan ocupados en buscar la certeza que no teníamos tiempo de interrogarnos sobre las causas de dicha búsqueda. Ah, la juventud siempre se muestra intelectualmente inquieta, pero también impresionable, lábil y, permítanme la expresión, demasiado generosa en sus entregas.

Isabel, personaje de Sin noticias de Acuario en torno a cuyas vicisitudes se articula el argumento, recorre tanto y siente tan profundo su propia experiencia y las de sus amigos que esa entrega, señalada por la urgencia y la clandestinidad, la convierte en algo sin sentido: un ser fuerte que camina decidido sobre terreno que sabe engañoso. Le prometen la felicidad en este mundo, traída de la mano de la paz universal gracias al mensaje irrefutable del Maestro Perfecto. Ella, si no escéptica, siempre se muestra razonablemente en alerta hacia estos axiomas descabellados. Y lo mismo ocurre cuando se relaciona con aquellos que tomaron la opción de la lucha política. Impagable la reunión “de reclutamiento” de la Joven Guardia Roja. Desde luego, en los macroencuentros de adoración al gurú Mahara Ji se predicarían muchas insensateces, pero en un sola reunión de las juventudes del PTE (en mis tiempos PCE[i], soy un año mayor que la autora y lo he notado leyendo la novela), se proponen tal cantidad de disparates y burradas que la reacción de Isabel, poco menos que salir corriendo, parece no sólo la más acertada sino también saludable en consideración al equilibrio mental. Como un servidor, entre otros pintorescos partidos, perteneció a la inefable LCR, sabe bien de lo que habla y la mezcla de espanto y vergüenza ajena que tuvo que sentir Isabel en aquel carbonario encuentro.
Al final, después de tanta búsqueda, sinsabores, aventuras, decepciones y acopio de conocimiento (in)útil, el mejor consejo, quizás enseñanza que recibe Isabel, proviene de un enamorado que ha tomado dos copichuelas de más: “Deja al gurú y vente conmigo”.

Cierto, hubo que aprender que no estábamos obligados inexorablemente a cambiar el mundo, que el franquismo podía morir sólo y sin nuestro aporte a la causa, que la democracia y la nueva sociedad podían nacer a pesar de no haberse implantado la dictadura del proletariado, ni la Luz Divina y la Paz Universal; nuestros padres no irían a un campo de trabajo y reeducación y nuestros hijos no se educarían en colegios donde el canto de la Internacional fuese obligatorio antes de entrar al aula, presidida por las fotografías de Marx, Engels, Lenin y... Pero había que aprender a vivir porque, hasta ese momento, sólo habíamos recibido abundante instrucción en cuanto a soñar. Y buenos alumnos salían de aquellas academias de la utopía.

Tampoco era tanto el drama. Pero a algunos les costó una tragedia darse cuenta y asumir las consecuencias de todo aquel embrollo. Y no hablo ahora de la autora de Sin noticias de Acuario.

Bueno, resumiendo, que esto se alarga casi tanto como las agonías del Caudillo. Si usted tiene más de cincuenta años y no se identifica con alguno de los personajes de esta novela, y no le conmueven, y conforme avanza la lectura no le aflora una sonrisa de piadosa complicidad... entonces usted no ha sido nunca joven. O no vivió en España, en aquellas épocas.

El asunto del haschis y los malos rollos lo dejo para otro día, porque tiene mucha miga y da para siete artículos como este. Como tantas cosas en la vida, el chocolate puede esperar.