viernes, 27 de abril de 2012

Emigrar o emigrar

Mi amigo Diego está con el papeleo para conseguir un trabajo en Noruega, instalando fibra óptica. Me dice que está cansado de pasar estrecheces, de que cualquier empleo que le surge en Sevilla sea temporal, más bien efímero, y pagado como se pagaba hace treinta y cinco años la recogida de la uva en Almería. Él y su mujer (como tantos otros jóvenes matrimonios) están sacando la familia adelante  a base de entusiasmo y mucha fortaleza ante la adversidad. Hace años vivían y trabajaban en Barcelona. Los "pilló" el ERE de AENA y, desde entonces, el desempleo determina su vida cotidiana. Tienen dos niños pequeños a los que Diego dice que va a extrañar muchísimo en el caso de que haya suerte y consiga ese trabajo en Noruega.


Ya no hay emigrantes como los de antes, claro. Nadie se marcha de España hacia otro país, en busca de oportunidades laborales, con la garrafa de aceite y la talega repleta de embutidos. Nadie sube a un tren antediluviano, dispuesto a dormitar arropado por su tristeza durante los cuatro o cinco días que tardará en llegar a destino la chirriante maquinaria. Ahora la emigración es movilidad laboral en un mercado globalizado, y no hay alternativa. Los buenos empleos se encuentran donde uno esté dispuesto a aceptarlos. El mundo ha dejado de ser pequeño y propio. Es grande y muy ajeno, pero siempre hay una compañía aérea que te lleva a las puertas de la fábrica en un par de horas. Emigrar ya no es una tragedia, es simplemente un engorro más de esta época: el puesto de trabajo queda lejos.

Por cierto, hablando de EREs (EREs como aquel que llevó a Diego y su esposa al desempleo). En los últimos días he visto en facebook muchas actualizaciones, muy celebradas con exquisita jocosidad, de una página que se llama "No hay nada más tonto que un obrero de derechas". Yo no sé si Diego es de derechas, de izquierdas o medio volante. Lo que sí tiene muy claro es que si hubiera pertenecido con entusiasmo a esa izquierda que se descojona de la risa, en Sevilla a más abundar, podía haber salido muy beneficiado en vez de muy perjudicado por un ERE. Tampoco sé si los trabajadores de derechas son tontos, tal como proclama la famosa página. Sí sé, no obstante, que los obreros listos, muy listos, son de izquierdas. Concretamente, de esa izquierda de los EREs "en positivo".

Ya habrá algún juez o alguna juez, se llame Alaya o García, que separe a los listos de los tontos y ponga a cada uno en su sitio.

jueves, 26 de abril de 2012

Alguna verdad incómoda sobre la crisis

Bueno, pues ya están las cifras de desempleo por encima de los cinco millones, casi un 14% de la población; ya tenemos el coste del combustible en niveles copernicanos, los precios de los productos básicos como si fuésemos millonarios, el consumo en desplome, el crédito desaparecido en combate, las listas de morosidad engordando cada día (comprometiendo fatalmente al consumo futuro, cuando “salgamos de ésta”, que de ilusión también se vive); la burbuja inmobiliaria no se desinfla porque los bancos, dueños de casi todo el ladrillo-basura, se empeñan en no perder lo que en su día no ganaron más que a base de especulación. La Seguridad Social es menos segura y menos social, el Estado del Bienestar un recuerdo y “las políticas sociales” una rémora insostenible de la que nuestro gobierno (y cualquier gobierno imaginable en esta situación), no sabe cómo desembarazarse de golpe, aunque sabe que tiene que quitársela de encima. Y para colmo de males nos nacionalizan REPSOL en Argentina y eliminan al Madrid y al Barça de la Champions. Ya estamos donde temíamos: peor que hace un año y sospechando que el próximo será aún peor.

Ya hemos protestado por activa y pasiva, jurado en arameo y mentado la madre a todo posible responsable de la avería. Cada cual a su manera ha expuesto el diagnóstico y algunos, incluso, aventurado el tratamiento. Se ha intentado “a la islandesa”, “a la griega” y “a la tunecina”, con “primaveras de...” incluidas en la receta. Ha habido un cambio de gobierno, una huelga general y más manifestaciones en seis meses que en los últimos dos lustros. La prensa y los medios de comunicación mantienen alerta permanente sobre los indicadores económico/financieros, Internet y especialmente la blogosfera y las redes sociales arden cada dos por tres, desde el yerno del rey a presidentes de comunidades autónomas van pasando a presencia judicial (y lo que queda); la gente se indigna, las calles se abarrotan y suenan las caceroladas... y todo continúa igual, es decir: con tendencia a empeorar. Denota el feeling colectivo cierto cansancio, síntomas de agotamiento y quizás desmoralización. Señalar lo evidente en el origen de los problemas no es garantía de que vayan a resolverse. El poder y quienes manejan los resortes del poder recurren siempre, con experta maestría, a la disociación cognitiva cuando la verdad afecta a sus intereses, eso que la gente llama “privilegios”. No se enteran porque no quieren enterarse. No toman medidas eficaces porque les repugna transgredir el concepto de la política como “arte de explicar por qué los problemas no pueden resolverse”. No se plantean ni de lejos cambiar o remozar el sistema porque viven opíparamente instalados en esta casa en derribo, y lo demás les trae al pairo.

Sabemos de sobra lo que nos pasa y por culpa de quién. Pero nada cambia (quiero decir que nada cambia a mejor). Las situaciones de crisis mantenidas indefinidamente y sin atisbos razonables de solución degeneran en pudrición social, decía el viejo teórico. Y por camino derecho a esa pudrición social nos dirigimos sin que aún nos hayamos hecho la única pregunta que, desde mi punto de vista, falta en el acertijo. José Antonio P. Walfrido, (Verdades incómodas sobre la crisis. Quimerilandia. Abril de 2012), adelanta algunas reflexiones que me parecen bastante atinadas. Escribe: “[Achacar] la crisis económica y sus consecuencias a voluntades externas, alejadas del ciudadano y opuestas a su voluntad, puede ser una actitud correcta para comprender la esencia de este conflicto, pero se manifiesta completamente ineficaz como alternativa”. Línea de argumentación que está muy en consonancia con la exposición de Hans Magnus Enzensberger, en su ensayo Política y delito (Seix Barral, 1968), cuando afirma que nadie, ni los estados ni las civilizaciones ni los individuos, puede eximirse permanentemente de analizar su propia responsabilidad en aquellos hechos decisivos de la historia y del propio presente que los implican.

Quizás sea ésta una de las causas por las que nuestra crisis parece no tener fin (me refiero a la crisis española en concreto, abstrayéndola de tempestades en nuestra “zona”). Los ciudadanos, quienes deberíamos haber efectuado hace mucho una revisión autocrítica (horrenda palabra, lo lamento, no se me ocurría otra), sobre nuestra aportación a la debacle, por vía colaborativa o de anuencia, o por simple indiferencia, continuamos manteniendo las posiciones más sencillas y, por tanto, más inoperantes. Todos, yo el primero, nos hemos adherido a una de estas tres soluciones para explicar el sentido del naufragio:

a).-Me importa un comino mientras a mí me vaya bien.
b).-Toda la culpa es de los demás, yo no soy responsable de nada y tengo derecho a quejarme por todo.
c).-El mundo es así y así funciona, y como no puede hacerse nada para cambiarlo, esperemos que lleguen mejores tiempos.

Estas actitudes son muy comprensibles en una sociedad como la española, donde el sentido de pertenencia a una colectividad social (“comunidad” en terminología identitaria), es prácticamente nulo (hazañas futbolísticas aparte). Por tanto, los problemas de los demás, tanto los que les afectan como los que ellos mismos generan, nunca son asunto propio. La simple sugerencia de una salida “a la alemana”, considerando la lucha contra la crisis como una tarea “nacional”, resulta un absurdo en esta esquina del mundo, pues ni siquiera tenemos claro a qué nación pertenece cada cual. (Bueno, los nacionalistas sí lo tienen claro, pero como les sobran “convicciones” y les falta precisamente “su nación”, el resultado viene a ser el mismo).

Al final, después de dar vueltas y vueltas a la noria para sacar arena, retornamos al punto de partida: las naciones fuertes como Francia, Alemania, el Reino Unido... van capeando el temporal mejor que peor. En España... lástima, fallamos en el enunciado: una nación fuerte tiene primero que ser nación. Y eso, aquí, ni está ni se le espera. Cada país es desgraciado a su manera (con perdón por el parafraseo de Tolstoi); hablar de las desgracias de otros no tiene sentido, pero señalar la nuestra puede alcanzar, acaso, el beneficio de la sinceridad. La crisis es de emergencia económica, pero también política. Incluso en la sentencia con que la historia nos está castigando, existe una cruel incoherencia: cuando hablamos de que “España está en crisis”, el sujeto de la oración es borroso, apenas tangible, evanescente. Y una frase sin sujeto, ya sabemos que nunca puede funcionar.

miércoles, 18 de abril de 2012

El hombre a la intemperie

Llueve (qué noticia), y parece que los árboles estremecidos por el viento quieren colarse en mi habitación. Para vivir en estos nortes sin sobresalto hay que acatar la evidencia como quien se suma a un pacto de espíritus antiguos. Algo difícil de adivinar y sencillo de asumir: la lluvia y el temblor de los árboles no son paisaje, ni una realidad aparte. Hay que renunciar a algunos prejuicios positivistas, la manzana de Newton y el yo freudiano (por decir algo). Olvidemos todo eso. Aquí, el mundo es así.

Sonia está en Madrid. Voy sigiloso de un cuarto a otro para no quebrar la presunción de casa deshabitada, escenario perfecto para la lluvia. Los periódicos no han dicho nada al respecto, maldición; si fuera sobrino de Joyce no podría escribir: “Los periódicos tenían razón, nieva en toda Irlanda”. Para el caso... El día es perfecto, de soledad entre lluvias e insolentes arboledas.

Quizás aproveche para terminar la novela de Javier R. Portella, El hombre a la intemperie, una historia futurista sobre un porvenir casi tan previsible como la lluvia. El título es provisional, igual que el manuscrito (todos los manuscritos son provisionales, o al menos así debería ser). Lo tomo prestado (el título), para esta entrada del blog. Viene de molde, me parece.

domingo, 15 de abril de 2012

Excusas para no follar con una gorda

El pasado viernes 13 (de abril, de 2012, seamos precisos en la data), durante todo el día fue Trending Topic (más buscado) en Twitter, la graciosa ocurrencia: #ExcusasparaNoFollarConUnaGorda. Algunas respuestas eran de lo más ingenioso: “No te encuentro el coño entre tantos michelines”; “Me siento atraído pero sólo por tu campo gravitacional, so cerda”. Y cosas así.
Estos pequeños fenómenos de la cotidianeidad virtual confirman plenamente, una vez más, dos certidumbres instaladas en mi santiscario desde hace mucho:

-Cualquier imbécil que pague una tarifa plana (si se la pagan sus padres mejor), compra el derecho y en consecuencia se siente legitimado para publicar lo que quiera, dar opiniones que nadie le ha pedido y que nadie necesita, escribir mugrientas majaderías con todas las faltas ortográficas que le sugiera su ignorancia ... y puede obtener considerable éxito de audiencia.

-Se deduce de lo anterior: un porcentaje muy elevado de los usuarios de Internet son estúpidos; gente aburrida y de gustos groseros que encuentra placer en el anonimato y la crueldad propia de los tontos, como el goce pueril, tan miserable, de reírse del aspecto físico de los demás. (Otra imbecilidad que añadir a las fechorías de esa legión de mentecatos que se conectan a la red, pues están como para hablar del vecino: la mayoría son feos [y feas] de pecado; no hay más que visitar los perfiles de las redes sociales y las espantosas fotografías que abundan por allí, para comprobarlo).

Conclusión: mis niveles de misantropía, el pasado viernes 13 (de abril, de 2012), ascendieron hasta lo sublime. Es triste reconocerlo, pero la gente, en general, no me cae bien. Es alentador saberlo: yo tampoco caigo bien a casi nadie. A la recíproca estamos, y resulta delicioso el convencimiento de que ellos, los idiotas, están en una orilla y yo en otra. Lo malo es que cualquier cretino con tarifa plana puede remar hacia donde quiera y molestar donde le apetezca. No cabe el consuelo de Bukowski: “No odio a las personas, pero me encuentro mejor y más seguro si están lejos de mí”. Por desgracia, para librarse de ellos en Internet no es suficiente con mandarlos a tomar por donde no les da el sol. Maldición.

viernes, 13 de abril de 2012

Guardar las formas

El mundo, la realidad, la sociedad, la historia... cada día se me asemejan más al ordenador en el que escribo: no tengo ni idea de cómo es por dentro, cómo está hecho y por qué funciona; pero sé cómo funciona. La única diferencia, decisiva, es que una máquina (y el ordenador no deja de serlo), hace aproximadamente lo que le indicamos, mientras que el mundo se conduce como le da la gana, al exclusivo dictado de unas leyes (en el caso de que existan), muy propias y muy ajenas a la voluntad de los humanos.


Hablando de voluntad, decía Zubiri, con su proverbial letra clara para hablar de lo borroso, que la historia es “una voluntad de ser” mantenida y proyectada en el decurso temporal. De su consecuencia, la historia debe de tener un sentido. ¿Cuál? En eso ya no es tan clara la letra de Zubiri, aunque el asunto continúe igual de borroso.

Al final, queda el remedio (o mejor dicho: el consuelo), de reconocer que a falta de un sentido evidente que vincule ambos términos, historia y voluntad, podemos declararnos partidarios, sin ninguna limitación, de una cierta forma de estar en la historia. Lo cual no resuelve nada, pero nos devuelve el beneficio de la estética como moral necesaria. Es muy posible que todo se resuma en el mismo enunciado: el mundo, la realidad, la sociedad, la historia... son, ante todo, una cuestión de formas.

miércoles, 11 de abril de 2012

Llueve

Desoladoras portadas de prensa. Los vetustos fantasmas de la Gran Depresión se han removido desde la tiniebla, arrecian y aúllan contra España. Se han colado en los despachos de nuestro gobierno. El presidente, un poco pasmado, un poco amedrentado, hizo mutis y escapó por la puerta de atrás. Eso cuentan algunos medios.

Sube el transporte público un 11% en Madrid. El gobierno catalán piensa aprobar una tasa de diez euros por día de hospitalización a los usuarios de la Seguridad Social. Los ancianos de una residencia malagueña se quedan sin agua porque la Junta de Andalucía no paga los recibos. El nieto del rey (de España), ha recibido un disparo en el pie, afortunadamente para el resto de su cuerpo (las carga el diablo, y si son borbones, las carga dos veces). Mario Vargas Llosa, en su último ensayo (Alfaguara), mantiene que la cultura de masas favorece el espejismo de que sus consumidores se crean cultos y a la vanguardia con el mínimo esfuerzo intelectual. Al novio de Alaska le molesta que le llamen maricón. Para colmo de males, el Barça está sólo a un punto del Madrid.

Esto tiene mal arreglo. Muy malo.

De momento, y como medida provisionalísima, me largo a pasear al perro. Con paraguas, claro. Hoy llueve en el noroeste.

Y lo que lloverá, aquí y en Lisboa. En casi todas partes menos en Pekín.

jueves, 5 de abril de 2012

14 de abril

Cuando la semana santa cae en abril, el viernes festivo suele ser buen día para hablar de la República. Como este año, además de caer la semana santaen abril, el yerno del rey ha caído por los juzgados de Palma, se redoblan las circunstancias favorables (o ya las redoblará el buen redoblador), para traer a colación las tres ediciones frustradas de la República Española: primera, segunda y tercera.

La primera se fue al garete porque una turba de políticos descerebrados, representantes del pueblo en el parlamento nada menos, convirtieron a España en un puzzle cantonal donde los vecinos de la soberana Villarriba masacraban a los de la no menos soberana Villabajo, precisamente en soberana demostración de que la independencia territorial e imperio de la ciudadanía se demuestran a tiros y se pagan ( y se cobran) con sangre. Mucha. Cuanta más, mejor.

La segunda no cuajó del todo debido a que, desde su mismo nacimiento, nadie le dio la menor oportunidad. Los partidos de derechas eran monárquicos o de orientación fascistizante, antirrepublicanos hasta la médula. Los de izquierda y los nacionalistas odiaban aún más a la República. Para unos, significaba la insidiosa formulación política y justificación legal de la explotación capitalista y el dominio de la burguesía; insidiosa por cuanto las formas democráticas enmascaraban el núcleo inalterable (antipopular, reaccionario), de dicha supremacía. Para los otros, la República era el modo en que se organizaba la opresión del Estado español, la odiada España: un enemigo al que combatir a muerte, hasta la completa traición. Finalmente, el bando nacional, después de tres años de guerra civil, triunfó donde otros habían fracasado: liquidar el orden republicano. (Lo de “orden” es un decir). Desde la huelga general de 1934 (primer levantamiento en armas contra la II República), a la independencia de Cataluña, pasando por las “revoluciones” anarquistas, el chequismo y el terror rojo implantados por el PCE y los sectores largocaballeristas del PSOE... Lo dicho: nadie dio la menor oportunidad a aquel régimen que llegó tras la abdicación de Alfonso XIII, un rey descreído de sí mismo y de la institución que encarnaba, tan cobarde como ágil para desaparecer del escenario cuando la situación se tornó adversa. Alfonso XIII es el paradigma del poder entendido al estilo isabelino (por Isabel II, se entiende): reinar para los días de fiesta, cuando no hay problemas serios a los que hacer frente. Cacerías, comilonas, bailes de palacio, amantes, frufrú de encajes y aroma alhelíes; eso significaba reinar para aquel rey que no tuvo agallas de serlo cuando hacía falta. Si Miguel Primo de Rivera, fallecido un año antes en París, hubiese sido testigo de aquella deserción, se muere otra vez del disgusto; él, que se fue al otro mundo amargado por la verdad indomable de las dos Españas: la que lo odiaba por haber pretendido someter la tiranía de los caciques a las leyes del Estado y la que lo aborrecía, no sabemos si más o menos, por haber puesto coto al pistolerismo sindical en Barcelona, los delirios leninistas de la izquierda ultramontana y las ambiciones separatistas de un nacionalismo envalentonado por la debilidad de la monarquía. Los otros, lo que no eran reyes, dioses ni tribunos, los militantes del Frente Popular en “la guerra de clases”, también fueron paradigma, a su manera: de la cerrilidad, el fanatismo y la ferocidad contra “los enemigos de clase”... Paradigma de esa ciudadanía proclamada “soberana” a la que antes hacía referencia, para la cual, sin excepción, el poder se demuestra a tiros y se paga y se cobra con sangre. Cuanta más, mejor. A la vista de aquellas mimbres, no es de extrañar el cesto que salió. Un servidor nunca justificará el franquismo. Pero se lo explica.

Falta la tercera. Porque a la tercera, en este caso, no va la vencida. La tercera República española se malogró desde el mismo momento en que cuatro insensatos, por lo general afiliados a una izquierda tan insensata como ellos, decidieron que las anteriores repúblicas fueron idílicos paraísos de democracia, solidaridad, civismo, instrucción, progresismo y buen rollo. Y sacan la tricolor, venga a cuento o no, en todas las manifestaciones a las que acuden (muchísimas, ruedan más por la calle que la moto de TelePizza). Con estos inicios tan en las nubes, tan desvinculados de la realidad social y la experiencia histórica, el resultado es previsible. Nuestra República, la tercera, se jodió antes de nacer.

De la cuarta aún nadie ha hablado una palabra. A lo mejor se deja llegar cuando menos lo pensemos. O cuando más se la invoque. Pero todavía no es su momento, pues de momento la tricolor comparte podium con la arcoiris, el perro, la flauta y las rastas. No es su mejor época, por tanto. Pero no la olviden.