La otra noche soñé que había perdido el celular. Lo dejé en una tienda de cerámicas, figuritas, recipientes fastuosos de mucho colorín y cachivaches de esos. Sabía que lo había extraviado en ese lugar. Como me encontraba a unas calles de distancia, pensé que no iba a resultarme difícil volver sobre mis pasos y recuperar el móvil. Comencé a caminar.
Sólo comencé a caminar. En cuanto di dos pasos, me encontraba perdido, sin norte, devastado por una abrumadora confusión. Me sentía inválido, cristalizado y más bien estuporoso en las dos únicas dimensiones donde todo mortal debería saber desenvolverse: el tiempo y el espacio. Antes de que el sueño se convirtiera en pesadilla, decidí despertar. “Estoy enganchado al móvil”, pensé. Me levanté, fui a echar una meada, volví al catre y tuve otros sueños de los que no me acuerdo ni me falta que hace.
Acabo de recibir “un WhastApp” desde Manaos. Sonia está por esos mundos desde hace diez días, y la mensajería instantánea se ha convertido en una herramienta imprescindible para ponernos en contacto. La diferencia horaria nos condena a encender el Skype a horas desabridas para mí, o para ella. Un lío. Pero estamos siempre en contacto, gracias al móvil. Y acabo de darme cuenta del verdadero significado del sueño.
O sea, guapa, que ya lo sabes: no estoy enganchado al Galaxy, sino a ti. Sin ti, estoy más perdido que un indio (de los del Amazonas) en una película de romanos. No soy persona.
Ahora publico esto en el blog, y mañana, día de reyes en España (a saber que fiestas celebrarán en la Amazonía), lo lees y te sonrojas un poco. Pero luego sé que vas a meditarlo. Lo sabes: sin ti no soy nada.
Gracias amor. Efectívamente...enganchados al móvil. Qué remedio...
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