Hace unos días, escuchaba en la radio al coordinador provincial de izquierda Unida en Sevilla. Según el criterio de este señor, “la crisis y las cifras del paro demuestran que el actual sistema económico es insostenible y hay que cambiarlo por otro modelo de producción”.
Los “modelos de producción” son una pintoresca novedad en la concepción marxista de la historia y las sociedades. (Presupongo que el coordinador provincial de IU debe de considerarse aproximadamente marxista, y que sus conocimientos sobre la teoría económica dimanante del materialismo histórico son, cuanto menos, elementales). Y me entra como una desazón...
Hay modos de producción, no “modelos de producción”. El modo de producción queda determinado por la propiedad de los medios de producción: si privada, y sujeta la dicha producción a la libre competencia, capitalismo; si colectiva y centralmente planificada la economía, socialismo. (Mucho esquematizo, pero básicamente se trata de eso. Es de catecismo, de “Elementos fundamentales...”, como los titularía la inolvidable Marta Harnecker, ágil divulgadora de la teoría marxista explicada a mentes inmaduras o pedregosas ). Lo que no admite esquema de ninguna clase es eso de un “modelo de producción” alternativo. A ver, ¿con qué se come?
También presupongo que el coordinador provincial sevillano de IU conoce el fracaso histórico (más bien batacazo, con sus crímenes contra la humanidad incluidos en el desastre), del modo de producción socialista (o “en transición al socialismo”, por ser más precisos). ¿Entonces? ¿De qué va esto?
Me lo repienso siete veces. Me parece que ya caigo. El nuevo “modelo” de producción demandado por IU y la izquierda en general consiste en un capitalismo que funcione a su gusto y conveniencia: lo que hace unas décadas se conocía como “capitalismo de rostro humano”. Funciona de la siguiente manera: unos señores cuya probidad moral está por demostrar (empresarios), invierten su capital y montan sus empresas con intención de obtener beneficios. Son muy dueños. Ahora bien, deben saber que el Estado les va a obligar a dos cosas: que la parte del león de esos beneficios les va a ser detraída en forma de impuestos y que, por otra parte, la legislación social avanzada obligará a que sus empresas funcionen continuamente fiscalizadas por los sindicatos y el mismo Estado, como si fuesen una especie de cooperativas donde los integrantes de las mismas no son dueños de nada ni han expuesto su capital en el negocio, pero tienen derecho a decidirlo todo. O casi todo.
No está mal. Aunque enseguida se presentan algunos inconvenientes:
--Los anteriores postulados sólo funcionan cuando el sistema de producción marcha viento en popa. Hay beneficios y, en consecuencia, impuestos que recaudar, dinero que repartir en atenciones sociales, ventajas salariales, compatibilización del trabajo (alienante, claro), con la vida personal y familiar (que no es alienante, ejem...), etc.
--En cuanto aparece una de las crisis cíclicas propias del capitalismo (ver capítulo VII de “Elementos fundamentales...”, de la ya citada Harnecker), se acaba el paraíso. Los capitalistas, por supuesto, tendrán la culpa de todo, por avariciosos, especuladores y carentes de sensibilidad social. Los políticos, todos ellos, serán unos vendidos al capital porque han dejado de repartir y recortan los derechos sociales y demás ventajas del sistema. Nos indignamos y salimos a la calle para clamar contra los privilegios, por una verdadera democracia (otra vez ejem...), y todo ese rito. También cíclico, como las crisis del sistema.
¿Qué hacemos entonces? Pues lo único que puede hacer la izquierda, en su escasísimo margen de maniobra, es echar la culpa a los otros y quejarse. ¿Hasta cuándo? Pues hasta que pase la crisis. Una crisis que será solucionada, como es lógico, por quien la ha ocasionado: el capital y sus pérfidos agentes.
¿Y cuándo será eso, lo de que se termine la crisis? Yo qué sé. Me perdí esa parte de la asignatura en el seminario de “Elementos fundamentales...” al que asistí hace algunos años. Bueno, bastantes años. Creo que don Francisco aún vivía y gozaba de buena salud. Desde ese tiempo sé (sabemos, saben), que el capitalismo se hunde y reflota intermitentemente, y que esas mordidas de polvo acarrean el desastre de sectores enteros de la actividad económica (le ha tocado al tinglado financiero en este turno), de numerosas empresas y de cuantiosas economías familiares. Tragedia.
Claro que lo sabían, hombre, por Dios. ¿Cómo no iban a saberlo? La izquierda no puede desconocer esos conceptos tan básicos, tan de prontuario esencial de economía política. Vaya, como ir a la escuela y leer.
Lo sabían y han hecho lo de siempre: gastar mientras había, organizar los turnos de gozo y disfrute en su disneylandia y rebotarse (indignarse) cuando se acabó el montón de azúcar.
¿Y ahora?
Ahora lo de siempre: las reclamaciones al maestro armero. Eso sí: no hay que olvidarse de exigir un “modelo de producción” alternativo. De diseño, vaya. Que se lo encarguen a Tontorrio y Chumino, que también son de Sevilla, como el coordinador de IU, o como la duquesa de Alba, medalla de oro de Andalucía por sus incontables méritos personales, pinturera estantigua en el moderno paraíso socialdemócrata. No te jode.
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