La Vía de la Plata se está convirtiendo en un escenario familiar. 700 kilómetros, siete horas de viaje hasta León. Y ya.
Ha amanecido hoy la ciudad bajo el capote de noviembre, nublos que no son por aquí muy frecuentes y que convierten a León en escenario un poco más irreal (aún más). La luz de acero, filosa, no encuadra bien en estos lugares, por lo general radiantes. Y muy fríos. Tan fríos que precisamente por ser hoy jornada de nubes y vahos gélidos, "no ha hecho demasiado frío". Eso afirman los lugareños. A un servidor, casi siempre recién llegado del valle del Guadalquivir, esa relatividad del frío y las nubes de plomo cargadas de helor le parece una pequeña crueldad. Hace un frío de caerse los pájaros de los árboles.
En la catedral, Sonia quería repasar algunas vidrieras del trascoro. Al final, lo más llamativo de todo: la vidriera cegada en la capilla de la Natividad de María. Como siempre, lo que no se ve, lo que se ha esfumado ante nuestros ojos, posee más misterio y es mucho más evocador que la realidad pura, tan... real.
Entre el derroche de luz de otoño filtrada por las vidrieras y los colores imposibles, mágicos, de la ornamentación más sutil y al mismo tiempo poderosa que puede encontrarse en occidente, nos hemos quedado mudos, pensativos, ante una vidriera sin luz y sin imágenes. Ante nada.
Pero cómo bullía nuestra imaginación.
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