Cuando vi esta película en 2005 me pareció una secuela de Vidas cruzadas, reinvención manierista y un poco oportunista de la sobresaliente película de Robert Altman, basada en relatos de Raymond Carver. Y poco más.
Como poco más era (eso me parecía), y los perfiles bajos suelen triunfar en la industria del cine y en todos los mercados culturales, Crash se llevó aquel año tres premios Óscar: mejor película, mejor montaje (sólo faltaba) y mejor guión original. Lo de original lo ponemos en aviesa cursiva.
Ayer volví a verla, en la plataforma digital de TV que una señorita con acento argentino me vendió hace un par de años. La película, revisitada seis años después, me apabulló con la verdad de la impostura. No era un pastiche policial/costumbrista concebido a modo de palimpsesto sobre Vidas cruzadas. He ahí mi error. Era más y mucho más.
Dicen que las buenas películas nunca pierden con el tiempo, se muestran siempre tan actuales, vivas, magistrales. Lo que viene siendo un clásico: aquello que establece paradigmas dignos de ser imitados.
Pero también hay (a Crash me remito), películas mediocres que ganan contemporaneidad, vigencia, a pesar de que su argumento y contenido ideológico siguen siendo el mismo infumable recetario de simplezas.
Esa fue la impresión que tuve ayer.
En 2005, Crash era un producto lábil desde el punto de vista literario, con un mensaje tan ñoño y previsible que, en ocasiones, conmovía hasta la vergüenza ajena. Pero hoy, da la impresión de que el argumento, el guión y el discurso ético de la película hubiesen ganado en solidez y profundidad. Parece un cine de "dar qué pensar", con el desarrollo de una serie de conflictos morales (casi todos ellos centrados en el manido, inagotable tema del racismo), que deja cavilando al espectador un buen rato, tras el The End que se demora incomprensiblemente durante los últimos veinte minutos del filmado.
O sea, y explicándolo en paladino: lo que hace seis años me parecía un churro, hoy se me manifiesta como casi potable. Algo ha cambiado, y no en la película.
Ese algo, necesariamente, ha de ser el entorno. El perfil bajo se impone, imparable. En un mundo de mensajes cada vez más inanes, las ocurrencias estético-filosóficas con seis años de solera elevan notablemente la categoría de la obra.
O a la mejor soy yo, oigan, que con el paso del tiempo y la natural pérdida de neuronas me vuelvo cada vez más complaciente hacia los contenidos triviales.
Por otra parte, debo reconocer que la película, en 2005 y en 2011, sigue siendo entretenida y no exenta de algunos aciertos en el guión, incluso brillantes. Y hay que reconocer también, sin contristarse, que a determinadas obras cinematográficas les sucede lo mismo que a aquella actriz española, de la que dijo el crítico (muy crítico): "Nunca llegó tan alto porque nunca Hollywood había caído tan bajo".
Es justo lo que sucede con Crash. Dentro de diez años me parecerá una gran obra de arte. Nunca una película habrá llegado a tanto, gracias al tiempo que todo lo estropea.
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