Clarín.com 6/12/2010
Dice que es por torpeza, porque no le sale de otra manera. Y con timidez reconoce que, a veces, antes de empezar un cuento y para entrar en confianza con su personaje, lo hace actuar, como si estuviera vivo. Entonces Juan Villoro escribe como el personaje, un hombre joven, toma el taxi al aeropuerto, pide un café mientras espera la hora del vuelo, recuerda lo que hizo esa mañana, sube al avión, se duerme, llega, baja del avión, pierde la valija, protesta, la encuentra. Ahora, el personaje está frente a la puerta del aeropuerto. “Ahí empieza mi cuento. Y todo eso, que escribí antes, lo tengo que sacar”, dice Villoro, con tono confesional, lejos del supuesto hermetismo del escritor consagrado. “Lo necesito para que la narración funcione. Para sentirme cómodo con el personaje”, agrega y después, entre risas, dice que a pesar de todo ese trabajo, en el caso puntual del hombre del aeropuerto, la historia no quedó nada bien y nunca fue publicada.
Acaba de editar por Interzona 8.8 El miedo en el espejo , una larga crónica sobre lo inesperado de los terremotos y sus consecuencias psicológicas. Sobreviviente de dos fuertes sismos (1985 en México, 2010 en Chile), al volver de Santiago después del cataclismo escribió una breve crónica para sacarse el tema de encima. “Sin embargo, en los días siguientes advertí que no podía pensar en otra cosa, algo se había quedado en la ciudad chilena, el alma no volvía al cuerpo: “mi libro fue ese punto de retorno”, comenta.
Ganador de los premios Herralde y Rey de España entre otros, no cree en la “economía del prestigio”. Le divierte que cuando lo invitan a un lugar como escritor lo hospeden en un hotel de cinco estrellas; y que cuando lo reciben en esa misma ciudad pero como periodista, a lo sumo, el hotel tenga tres. “Creo que eso surge de la confusión cultural respecto de que el periodismo está por debajo de la ficción o la novela. Se piensa que (Ernest) Hemingway o (Gabriel) García Márquez hicieron trabajo de albañilería como periodistas, para ser luego grandes arquitectos como novelistas. Definición claramente falsa”, comenta. Para Juan Villoro la fama y el reconocimiento son pura casualidad, algo que nada tiene que ver con la literatura.
¿Qué importancia le da entonces a los premios? Todos estamos hechos de lo mismo. Sería absurdo decir que no nos interesa que nos lean o nos reconozcan. Pero recibí mi primer premio veinte años después de empezar a publicar. Y haber trabajado tanto tiempo sin otra gratificación que la escritura fue una buena escuela de que los premios pueden no existir. Creo que son estímulos para hacer otras cosas aunque, claramente, no garantizan que lo que venga después valga la pena. Son una oportunidad de cambiarles las ruedas a tu coche y seguir adelante para caer a un precipicio en la curva siguiente.
Autor de novelas, cuentos para adultos y cuentos para chicos, crónicas y ensayos, este escritor mexicano y futbolero por naturaleza dice que cuando escribe nunca se relaja. Tampoco se siente cómodo. “No importa el género. En ese momento, estoy al mismo tiempo: tenso y cautivado”.
¿La fama literaria lo condiciona de algún modo? La presión siempre está allí. Pero no hay que olvidar que el reconocimiento es un simple malentendido. En ocasiones, el ruido que se genera sobre un autor, ya sea a favor o en contra, lo distorsiona por igual. Pero cuando la persona a la que eso le toca eres tú, la única actitud sana es la aceptación. Porque todo escritor tiene una respuesta a sus palabras, que puede ser desmedida: por el silencio o por el ruido. Yo fui muy amigo de Roberto Bolaño; él detestaba la fama literaria, odiaba a quienes la buscaban. Y, de manera paradójica, al morir se convirtió en el escritor más famoso de su generación, una especie de mito, un Jim Morrison de la escritura, algo nunca visto. Creo que si estuviera vivo, él enfrentaría todo eso como un malentendido, algo de lo que no puedes escapar del todo. Lo peligroso es vivir en función de la mirada del otro, de tener cierto éxito o de conseguir el premio que aún no recibes. Pero las cosas caen un poco accidentalmente y, por suerte, en mi caso, no estoy bajo reflectores tan grandes como los de (Mario) Vargas Llosa o (Gabriel) García Márquez.
Referente de la crónica latinoamericana, el escritor menciona la paradoja actual del género: una fama inusitada que coexiste con la dificultad para ejercerla. “Es como los pájaros exóticos, que llaman la atención pero rara vez se ven. Hoy se le da más importancia a un congreso sobre crónicas que a sostener una revista sobre crónicas. Y tengo miedo de que el género se convierta en algo sobre lo que se habla académicamente pero que no se ejerce, como esas corrientes teóricas que sólo sirven para ser enseñadas”.
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