Editorial: Sexto Piso
Págs: 192
Precio: 18 €
Coment.- José Vicente Pascual González
Kevin Powers es un veterano de la guerra de Irak que ha escrito una novela ambientada en ese conflicto armado. Nada nuevo en el guión, de momento. La literatura bélica y las memorias de guerra que glosan tanto la vida militar como los eventos más destacados de la lucha son géneros a los que han recurrido numerosos autores, consagrados o principiantes (como es el caso de Powers), y que siempre goza de buena acogida por parte del público lector, sobre todo si esas narraciones están vinculadas a contiendas recientes o poseen la veracidad de quien ha vivido los hechos en primera línea, desde la trinchera.
En el caso de Los pájaros amarillos, se cumple a la perfección aquel viejo aserto literario según el cual no es decisivo lo que se cuente, sino cómo se cuenta.
La perspectiva, el punto de vista y la manera de afrontar un relato de este estilo es el elemento fundamental que, en definitiva, nos dará la medida de su valor como obra literaria y su merecimiento como lectura recomendable. En este sentido, creo que Kevin Powers ha acertado de pleno, por dos motivos: propone un punto de vista novedoso, original dentro de lo que convencionalmente consideramos literatura bélica; y por otra parte, desarrolla la historia mediante una prosa medida, contenida y certera (lo que no suele ser habitual en novelistas poco experimentados), sin divagaciones ni excursos, introspecciones y demás añadidos que habrían resultado tan legítimos como inoportunos en una obra concebida por alguien que relata su experiencia de la guerra y que, insisto, lo hace en una primera obra. Por el contrario, Powers parece conocer el valor de lo conciso, la fuerza de la precisión, la eficiencia de un estilo directo y rotundo. También es cierto que la literatura norteamericana es una gran escuela en este sentido (la novela negra y detectivesca pesan mucho en ese ámbito); pero también es verdad que, en todo caso, Powers habría salido alumno muy aventajado, brillante, en esta materia.
El argumento es sencillo, como corresponde a una novela de corte bélico: dos soldados americanos intentan sobrevivir en el mortal espejismo de la guerra de Irak. ¿Dónde reside entonces la originalidad de Powers? Pues precisamente en haber sabido caracterizar con asombroso tino y no poca descarnada sinceridad el valor psicológico y moral de esta situación. Los soldados de la guerra de Irak no son los de la Segunda Guerra Mundial, ni los de Vietnam. Aquellos participaban de un ideario colectivo heroico; estos, de una conciencia de generación rota que los conducía a posiciones ideológicas desacomodadas con el sistema, cuando no los condenaba directamente a la marginalidad. Los combatientes en la guerra de Irak son como el reverso de ambos casos. No hay grandes ideales, no hay lamento generacional, político-social... No hay apenas realidad porque el soldado Bartle, protagonista de la novela, elude los horrores de la lucha y conjura su miedo y desesperación mediante una sagaz huida hacía sí mismo, sus recuerdos, la evocación de su vida anterior a la guerra y algunos hechos igualmente terribles que sucedieron en ese tiempo.
El soldado en Irak es un hombre (una mujer a veces), que está en guerra con el mundo y contra sí mismo, y esa guerra ocurre en los desiertos y las ciudades sepulcrales que se desvanecen bajo el tirano sol irakí o en su propia experiencia, como ser “enfrentado con la vida”. No ha exculpación ni justificación, no hay queja ni ira, apenas hay consideraciones ideológicas en el relato. Un sentimiento y un afán se imponen por encima de todo: sobrevivir. Y para un superviviente de la guerra y de sí mismo, las consideraciones morales, los sentimientos de culpa y atrición, el análisis de su propia responsabilidad en cada uno de los hechos horrendos que acontecen y de los que consigue salir vivo, sobran. Todo eso sobra si se quiere sobrevivir. El trabajo es más sencillo de lo que parece, al menos teóricamente: mantener la piel lejos de las balas y las bombas.
Estremecedora novela esta de Los pájaros amarillos. A lo largo de sus páginas, con cierto desasosiego, descubrimos una verdad intuida muchas veces aunque nunca aceptada de buen grado: los soldados que combatieron en la guerra de Irak son el paradigma del ciudadano contemporáneo: primero vivir y después filosofar (si es que hay tiempo y ganas). De estos malos tiempos para la ética, Powers ha conseguido recuperar una novela a la que no aplico el calificativo de “magistral” porque a los autores nuevos conviene animarles pero no endiosarles.
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