Al buen tiempo le van las aglomeraciones, el bullicio y la alegría como inconsciente de días tan largos que dan para dos siestas. El prestigio de la navidad como época de compras tiene más de ficción urbana que de experiencia verosímil. La gente en navidad no compra: gasta. Y es precisamente en esas fechas cuando conviene huir de las grandes superficies los megacentros de ocio, las librerías como inmensos almacenes de libros rabiosamente nuevos que serán viejos en cuanto los Reyes Magos y Papá Noel regresen a los armarios, el serrín y el alcanfor donde amodorran su existencia discontinua de trabajadores a tiempo parcial. El invierno no tiene sentido en la multitud sino en el silencio y, a ser posible, la sensatez hogareña que gracias a la ciencia arquitectónica se instaura y nos consuela tras de una puerta bien cerrada.
Las lecturas del invierno son como las sopas de ajo, el calor del brasero y la música de Mozart, algo que apetece sólo de pensar en ello aunque se necesitan muchos años y muy humilde aprendizaje para disfrutarlo de verdad. Y de esas lecturas que son para casa y son para leer (y no hay que pedir disculpas por la redundancia), se me antoja señalar algunas, las que más calidez me prometen y mejores tardes dibujan en el paisaje (ciertamente invernal), de las próximas semanas.
Son así:
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Los pájaros amarillos de Kevin Powers |
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El lado oculto de la noche, de Norberto Luis Romero |
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Formas aladas, de José Antonio Iglesias |
Cuando las termine, daré cuenta de ellas, estos libros, estas tardes de invierno en avarienta reclusión domiciliaria que, seguro, van a regalarme.
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