sábado, 24 de noviembre de 2012

Se sortea un sueldo...

La Voz de Galicia, prestigioso periódico hacia el que he mantenido devoción durante muchos años, desde mucho antes de venir a vivir a estas tierras, ha tenido la ocurrencia de organizar un concurso entre los comparadores del tabloide; se trata de una de esas promociones a las que están obligados los periódicos “en formato papel” si quieren sobrevivir a la avalancha de información alternativa y sobre todo a la inmediatez de la prensa digital.

El concurso consiste en rifar un sueldo de 1.500 euros durante un año.

Yo no sé si los responsable de esta iniciativa se han parado a reflexionar sobre lo que entraña en última instancia. Aunque sea con meras intenciones publicitarias, están sorteando un derecho de la ciudadanía: el salario digno que corresponde a un trabajo al que todos los españoles, según nuestra Constitución, también tenemos derecho. No quiero ponerme puritano ni tiquismiquis, pero puestos a incentivar la lectura de su periódico e incrementar la venta del mismo, las cabezas preclaras de La Voz de Galicia podrían haber inventado algo menos sangrante. El tufo oportunista en un entorno asfixiado por el desempleo y el trabajo precario es casi, casi escandaloso. Hasta la fecha, que yo sepa, el salario era la venerable compensación por el sudor sagrado de los trabajadores (lo de “sagrado” va con primeras, segundas y terceras intenciones). Ahora, en versión La Voz de Galicia, es un bien improbable, circunstancial, que puede sortearse igual que una vajilla de 48 piezas o un televisor de plasma.

La próxima promoción, una pensión jubilatoria. O mismamente, un puesto de trabajo.

Si el disfrute legítimo de los derechos sociales reconocidos en nuestra legislación se convierten en objeto de concurso, una de dos: o vivimos en un país lleno de buitres o vivimos en un país-basura. Yo prefiero pensar lo primero.

1 comentario:

  1. Bueno, yo que soy catalán te puedo contar de cierto tendero (botiguer) que rifaba a la hija del dueño ¿O era al hijo?, porque la verdad, desde lo de la Aido (o Aida, ya no sé), es que ya no se debe hablar libremente.

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