Lo que más le gustaba era fumar marihuana, beber whiski y navegar en su velero, ese Rat-Penat célebre en el puerto de Sagunto porque era domicilio perpetuo (no tenía otro), del estrambótico marino que cruzó el Atlántico y llegó desde Maracaibo tripulando aquel barquito de once metros de eslora, en cuyo mástil flameaban el estandarte y escudo del reino de Valencia.
También era aficionado a las mujeres, se cuenta. Antes de enviudar se había divorciado tres o cuatro veces de la misma esposa, la única que tuvo por las leyes de tierra firme. Por la ley del mar, algunas muchas salieron con él a navegar y regresaron bien navegadas. De eso se quejaba mi abuelo, que era un hombre muy mirado para estos asuntos. Y por ese mismo asunto se descojonaba mi padre, que también era mirado para lo suyo aunque con menos remilgos que su suegro.
Nada más regresar a España y atracar su barco y su vida en Sagunto, se llevó un disgusto tremendo. Salió publicado en todos los periódicos: su único hijo varón, mi primo José Antonio, había asesinado a su pareja (a la sazón un caballero bastante más mayor que él, tío carnal para más señas), y después se había suicidado, colgándose de una viga en la casita de la sierra madrileña donde ambos convivían desde tiempo atrás. Aquello sucedió en verano, recuerdo, y hasta octubre no tuvo oportunidad de presentarse en el juzgado que instruía el percance. Entonces se enteró de que los periodistas, como suele suceder, no se habían enterado bien de la noticia y la habían publicado al revés. Su hijo no fue asesino y suicida sino todo lo contrario, víctima de un depravado, enfermo mental y celoso de los de apuñalar por la espalda (literalmente). El País le dedicó unas cuantas informaciones a modo de compensación por el terrible daño moral que la estupidez de algún redactor(a) le había causado. Él se conformó y decidió no meterles ningún pleito. Se explicaba muy bien al respecto: "Mi hijo y mi cuñado eran un par de pervertidos, mejor no remover..."
Después vivió "la videta", los pocos años que le quedaban antes de enfermar y consumirse en el vaivén aletargante del Rat-Penat sobre las aguas mansas del puerto. Y más después la llamada telefónica y la noticia, esa de la que suelen decir los obituarios que "no por esperada resultó menos dolorosa": Se acabó. A navegar a otros mares.
Que fuera hermano de mi madre, mi tío de América, mi padrino de pila, es anécdota. Lo importante es hablar de él, hoy, aunque sea a palo seco. Para hablar bien ya habrá tiempo. De momento, se murió un hombre que era una gota de nada en los océanos de aquí y de allá que siempre quiso surcar, una persona cabal, entrañable, tarambana, chavista (tiene bemoles), mujeriego, apegado al mollate, solitario, maniático, desastrado a más no poder, defensor a ultranza de la costumbre de no usar calcetines ni calzoncillos, de caminar descalzo, de beber solo, por las noches, y dormir la curda sobre las costillas de su barco, ese claustro y aquellas aguas maternas que no abandonó hasta el final. Ese es el que se ha muerto, creo que para siempre.
Ya te digo: otro día hablaré bien de él.
También era aficionado a las mujeres, se cuenta. Antes de enviudar se había divorciado tres o cuatro veces de la misma esposa, la única que tuvo por las leyes de tierra firme. Por la ley del mar, algunas muchas salieron con él a navegar y regresaron bien navegadas. De eso se quejaba mi abuelo, que era un hombre muy mirado para estos asuntos. Y por ese mismo asunto se descojonaba mi padre, que también era mirado para lo suyo aunque con menos remilgos que su suegro.
Nada más regresar a España y atracar su barco y su vida en Sagunto, se llevó un disgusto tremendo. Salió publicado en todos los periódicos: su único hijo varón, mi primo José Antonio, había asesinado a su pareja (a la sazón un caballero bastante más mayor que él, tío carnal para más señas), y después se había suicidado, colgándose de una viga en la casita de la sierra madrileña donde ambos convivían desde tiempo atrás. Aquello sucedió en verano, recuerdo, y hasta octubre no tuvo oportunidad de presentarse en el juzgado que instruía el percance. Entonces se enteró de que los periodistas, como suele suceder, no se habían enterado bien de la noticia y la habían publicado al revés. Su hijo no fue asesino y suicida sino todo lo contrario, víctima de un depravado, enfermo mental y celoso de los de apuñalar por la espalda (literalmente). El País le dedicó unas cuantas informaciones a modo de compensación por el terrible daño moral que la estupidez de algún redactor(a) le había causado. Él se conformó y decidió no meterles ningún pleito. Se explicaba muy bien al respecto: "Mi hijo y mi cuñado eran un par de pervertidos, mejor no remover..."
Después vivió "la videta", los pocos años que le quedaban antes de enfermar y consumirse en el vaivén aletargante del Rat-Penat sobre las aguas mansas del puerto. Y más después la llamada telefónica y la noticia, esa de la que suelen decir los obituarios que "no por esperada resultó menos dolorosa": Se acabó. A navegar a otros mares.
Que fuera hermano de mi madre, mi tío de América, mi padrino de pila, es anécdota. Lo importante es hablar de él, hoy, aunque sea a palo seco. Para hablar bien ya habrá tiempo. De momento, se murió un hombre que era una gota de nada en los océanos de aquí y de allá que siempre quiso surcar, una persona cabal, entrañable, tarambana, chavista (tiene bemoles), mujeriego, apegado al mollate, solitario, maniático, desastrado a más no poder, defensor a ultranza de la costumbre de no usar calcetines ni calzoncillos, de caminar descalzo, de beber solo, por las noches, y dormir la curda sobre las costillas de su barco, ese claustro y aquellas aguas maternas que no abandonó hasta el final. Ese es el que se ha muerto, creo que para siempre.
Ya te digo: otro día hablaré bien de él.
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