domingo, 30 de septiembre de 2012

El buen mal ejemplo

Nadie es absolutamente inútil. En el peor de los casos, siempre se puede servir de mal ejemplo. Conste que los malos ejemplos son más instructivos y muchísimo más aleccionadores que los buenos. El buen ejemplo suele resultar ñoño. El mal ejemplo, apasionante.

De las personas, las generaciones, las situaciones particulares y las épocas históricas siempre tomamos ejemplo. Sin experiencia ajena de la que aprender, qué difícil y qué largo sería el recorrido, con nosotros de exclusiva compañía.

De nuestros abuelos aprendimos el mal ejemplo de la convivencia mal llevada y peor rematada. Una entera generación se autoinmoló en una guerra civil (iba a escribir “terrible guerra civil”, pero redundancias las justas), que fue resultado de esa especie de incapacidad genética que tenemos los españoles para superar nuestras crisis colectivas si no es a base de echar la culpa al de enfrente, avivar odios y desafecciones, criminalizar al vecino y echarnos al monte en busca de culpables.

De nuestros padres, con mayor o menor aprovechamiento (en mi caso no hay diploma ni falta que me hace), aprendimos el buen ejemplo del trabajo, la honestidad, la abnegación, el sacrificio. Fueron una generación gris y tozuda que se deslomó por levantar una nación, España concretamente (lo siento, se llama España y es una nación), desde las cenizas de la guerra, la pobreza, la miseria material y moral de unos tiempos (ahora sí) terribles, para llevar al conjunto de nuestra sociedad a unos niveles de bienestar sorprendentes. Cuando oigo y leo sobre el “estado del bienestar” como si fuese un invento de hace diez o doce años, me entra cierto malestar histórico, lo confieso. Nuestros padres convirtieron la España del arado, el analfabetismo y las beatas en misa en un país moderno, industrializado, con unos niveles de protección social únicos en Europa y capaz de plantearse con seriedad su futuro. Tanto, que esa misma generación, muchos años después, fue capaz de decir: “Hasta aquí hemos llegado”. Se acabaron los buenos y los malos, el resentimiento, el “conmigo o contra mí”. La política de “reconciliación nacional”, reiterada durante muchísimo tiempo por el PCE, culminó en aquella célebre etapa de la Transición. Por primera vez en su historia, España se comportaba como un país con cerebro.

Creo que fue el último buen ejemplo. Ha servido durante treinta años, más o menos. Hoy, la tristeza regresa. Siempre vuelve. Volvieron el encono, el odio, la repugnante manía de deslegitimar y descalificar moralmente a quien piense distinto, con aquel presidente del gobierno (nefasto donde los haya habido), empeñado en (sic) “tensar” las diferencias ideológicas entre los españoles, convencido de que para mantenerse en el poder era preciso gobernar contra la mitad de la población y muy necesario resucitar a las dos españas que nuestros padres felizmente enterraron; y de paso radicalizar y convencer a la gente que quiere vivir y trabajar en paz de que las posiciones tibias son inadmisibles. Volvió el “conmigo o contra mí”, “o eres de izquierdas y feminista de la @, o eres un fascista y un machista digno de ser denunciado en comisaría”. Los ocho años de gobierno de aquel insensato han dejado como peor herencia esta crisis política, institucional, de convivencia. La situación económica se remontará como se pueda, si es que se puede. Pero a ver quién devuelve la amabilidad a la sociedad civil, la confianza de los ciudadanos en su propia capacidad de enfrentar situaciones complicadas sin obsesionarse con la obligación de insultar a la policía y denigrar al vecino por facha. Y para qué hablar de la confianza en las instituciones. Y en la democracia. Era lo peor que podía pasarnos y, claro: ha sucedido. Esto es España, no lo olvidemos. Somos el país de la ley de Murphy por antonomasia.

Tantos y tan vistosos malos ejemplos hay en nuestra historia... Los indignados, cabreados y soliviantados tienen dónde elegir. A falta de proyecto y liderazgo, buenas son las piedras. La culpa es de los demás, como siempre, por no dar buen ejemplo.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Aquel 1715 que tanto dio que hablar

Mientras la gente de “Ocupa el Congreso” se manifestaba ayer en Neptuno, Esquerra Republicana de Catalunya, en la Comisión Constitucional (tiene su lado grotesco y su lado siniestro la cosa), defendía una iniciativa de ley para que la Cámara 'restituyera' los llamados 'derechos históricos' de Cataluña y su 'soberanía nacional', derogara los decretos de Nueva Planta (de 1715) y se creara una comisión Gobierno-Generalitat para negociar las reparaciones pertinentes. La iniciativa, basada en los mitos clásicos y la (des)interpretación de la historia propia del nacionalismo catalán, fue defendida por su portavoz, Alfred Bosch.

En eso se entretienen. Lo digo para que mis amigos de la indignación sepan en qué emplean su tiempo sus señorías republicanas (de la porgresísima Catalunya), mientras a ellos les parten la cara en la calle por los derechos constitucionales de los ciudadanos que viven en 2012.

martes, 25 de septiembre de 2012

¿Nos hacemos un golpe de Estado o una peli de Almodóvar?

A ver si nos aclaramos en los conceptos.

Si un grupo de militares ocupa el Congreso, disuelve las cortes e impone un gobierno provisional, eso es un golpe de Estado. Si unos miles o cientos de miles de personas "ocupan" (según reza la convocatoria original), o rodea el Congreso con intención de que los diputados dimitan, se disuelvan las cortes y se abra un proceso constituyente, eso es un golpe de Estado. Da igual que los protagonistas sean civiles o militares, que vayan en tanque o en legítimo ejercicio del derecho de manifestación, que sean doscientos o dos millones.



La verdad es que no tengo nada en contra de los golpes de Estado porque no soy cándido; sé que todas las sociedades civilizadas, sujetas al imperio de la ley y administradas según cauces y principios constitucionales, históricamente obtuvieron su legitimidad, siempre, sin excepción, mediante una acción de fuerza; o sea: un golpe de Estado.

Lo único que me echa para atrás de esta convocatoria para dar un golpe de Estado en España, hoy, 25 de septiembre de 2012, es que los organizadores del evento prefiguran, con sus modos atolondrados y su empanada mental, males peores que los que teóricamente quieren corregir. Si se va a dar un golpe de Estado hay que tener muy claro lo que se quiere, cómo se va a hacer y adónde queremos llegar; un proyecto de sociedad, un programa de gobierno inmediato, una gente que ejerza ese gobierno, una "hoja de ruta" diseñada prudentemente para alcanzar el objetivo constituyente. Las civilizaciones no se construyen a partir de la queja y mucho menos la indignación, sino de la voluntad de ser. En el caso que nos ocupa, ¿de ser qué?

Citar a la gente para dar un golpe de Estado a tontas y a locas me parece que supone justamente eso: pura irresponsabilidad y pura fanfarria para tont@s y loc@s.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Algunos de esos libros

Mi cartero no sabe el cariño que le he tomado. Lo veo por la pantallita del video -portero, en blanco y negro como las televisiones antiguas, aquellas que aún no funcionaban en España cuando nací. Lo veo, decía (en ocasiones me disperso), lo veo y me entra una alegría inmensa porque sé que me trae libros. Es mi presentador de TV favorito, le tengo más afecto que a Matías Prats y muchísimo más que a Jordi González. Cualquier día bajo las escaleras a todo correr y le pido un autógrafo.

Mira lo que me ha traído la última semana:






Esta mañana también ha llamado al video - portero, pero no cargaba libros sino una carta de Movistar. Bueno... los actores y los programas de TV tienen sus altibajos.

Seguro que mañana es otro día.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Maldito Proust

Si el miércoles comemos en Villamaría (Busdongo de Arbas), y el menú consta de guisantes con jamón, ternera guisada y arroz con leche; y el jueves preparo un arroz gloriosísimo y de postre hay bizcocho casero más glorioso todavía y tan glorioso que no paro de zampar bizcocho durante la tarde/noche; y el viernes, camino de Gijón, volvemos a Villamaría porque Sonia se quedó con ganas de pote y yo me pido menestra y filetes de ternera y tarta de queso; y el sábado nos invita a comer la tía Elí y mientras su prima Marina relata su devoción por Intereconomía nos embuchamos unas alubias pintas con chorizo y unas carrilleras de ternera que son medio prodigio medio milagro, y de postre un flan con nata como una plaza de toros; y el domingo Toño Llamas y Albina nos invitan a una barbacoa y comprobamos que, en materia de barbacoas, unos crían fama y otros cardan lana de verdad, porque no hemos probado asado de más enjundia en mucho tiempo, y de postre hay helado de dos clases y de las dos clases, por orden y con método, me pongo como un gocho... ¿Pues qué quieres? Llevo quince días a barritas de muesli, té rojo, zumo de melocotón y uva y, de vez en cuando, cuando las hambres aprietan, una magdalena.

Sin ir más lejos, ese ha sido mi desayuno de hoy: un té y una magdalena. Faramio dice que es un desayuno "muy literario". Tal cual lo ha dicho: "Muy literario". El hijoputa.

PS./ El perro, que no está a dieta, se ha zampado el papel de la magdalena. Lo que me da que pensar. ¿Qué leches hizo Proust con el papel de su magdalena? Porque a lo mejor ahí había otra búsqueda de otra cosa perdida que no fuera el tiempo.  

viernes, 21 de septiembre de 2012

Curiosidades epistemológicas

Sobre la autonomía relativa de las superestructuras ideológicas en las sociedades mongolas.




Tercera ley de Faramio

(Sobre deportes, espectáculos públicos y banalidades tumultuosas en general)

* Cuanto más simple y pueril es el discurso político de las clases dirigentes, más se infantiliza la reacción de las masas y, en consecuencia, más se politizan los circos.

*Ejemplo (prueba) de reversión: En la medida en que el fútbol se politiza, el discurso político se futboliza.






martes, 18 de septiembre de 2012

José Antonio González Fuster

Lo que más le gustaba era fumar marihuana, beber whiski y navegar en su velero, ese Rat-Penat célebre en el puerto de Sagunto porque era domicilio perpetuo (no tenía otro), del estrambótico marino que cruzó el Atlántico y llegó desde Maracaibo tripulando aquel barquito de once metros de eslora, en cuyo mástil flameaban el estandarte y escudo del reino de Valencia.

También era aficionado a las mujeres, se cuenta. Antes de enviudar se había divorciado tres o cuatro veces de la misma esposa, la única que tuvo por las leyes de tierra firme. Por la ley del mar, algunas muchas salieron con él a navegar y regresaron bien navegadas. De eso se quejaba mi abuelo, que era un hombre muy mirado para estos asuntos. Y por ese mismo asunto se descojonaba mi padre, que también era mirado para lo suyo aunque con menos remilgos que su suegro.

Nada más regresar a España y atracar su barco y su vida en Sagunto, se llevó un disgusto tremendo. Salió publicado en todos los periódicos: su único hijo varón, mi primo José Antonio, había asesinado a su pareja (a la sazón un caballero bastante más mayor que él, tío carnal para más señas), y después se había suicidado, colgándose de una viga en la casita de la sierra madrileña donde ambos convivían desde tiempo atrás. Aquello sucedió en verano, recuerdo, y hasta octubre no tuvo oportunidad de presentarse en el juzgado que instruía el percance. Entonces se enteró de que los periodistas, como suele suceder, no se habían enterado bien de la noticia y la habían publicado al revés. Su hijo no fue asesino y suicida sino todo lo contrario, víctima de un depravado, enfermo mental y celoso de los de apuñalar por la espalda (literalmente). El País le dedicó unas cuantas informaciones a modo de compensación por el terrible daño moral que la estupidez de algún redactor(a) le había causado. Él se conformó y decidió no meterles ningún pleito. Se explicaba muy bien al respecto: "Mi hijo y mi cuñado eran un par de pervertidos, mejor no remover..."

Después vivió "la videta", los pocos años que le quedaban antes de enfermar y consumirse en el vaivén aletargante del Rat-Penat sobre las aguas mansas del puerto. Y más después la llamada telefónica y la noticia, esa de la que suelen decir los obituarios que "no por esperada resultó menos dolorosa": Se acabó. A navegar a otros mares.

Que fuera hermano de mi madre, mi tío de América, mi padrino de pila, es anécdota. Lo importante es hablar de él, hoy, aunque sea a palo seco. Para hablar bien ya habrá tiempo. De momento, se murió un hombre que era una gota de nada en los océanos de aquí y de allá que siempre quiso surcar, una persona cabal, entrañable, tarambana, chavista (tiene bemoles), mujeriego, apegado al mollate, solitario, maniático, desastrado a más no poder, defensor a ultranza de la costumbre de no usar calcetines ni calzoncillos, de caminar descalzo, de beber solo, por las noches, y dormir la curda sobre las costillas de su barco, ese claustro y aquellas aguas maternas que no abandonó hasta el final. Ese es el que se ha muerto, creo que para siempre.

Ya te digo: otro día hablaré bien de él.

viernes, 14 de septiembre de 2012

¿Quién va de mano?

Todos los países civilizados han afrontado sus crisis históricas con un esfuerzo continuado y en ocasiones admirable de superación nacional (pienso en los USA tras el crack del 29, en la Alemania de posguerra, la Francia de De Gaulle, la Italia del Compromiso Histórico...). En España no. Aquí, por tradición, rompemos la baraja. Parece claro que la crisis económica ya ha transcendido ese ámbito de los números contables y los porcentajes de desempleo para alcanzar categoría apabullante de crisis política, social, moral... Crisis institucional, estructural, del Estado y de la clase que lo dirige desde hace 40 años. Una situación en la que se agazapa cada vez más poderosa la crisis definitiva: la de la convivencia.

Ya veremos por dónde se rompe esta vez la baraja...

(Por cierto, con las cartas mal repartidas desde nuestra "ejemplar" Transición)

martes, 11 de septiembre de 2012

Se aburre el que puede

Aunque parezca extraño es cierto que mucha gente se aburre. No hay más que encender la televisión o conectarse a internet, o abrir un periódico, para constatar la cantidad de ciudadanos (y ciudadanas) que están aburridos con sus vidas y buscan continuo entretenimiento con urgencia un poco ludopática.  Aunque de inmediato surge la paradoja: los medios de evasión son todavía más aburridos que la realidad.

Y la perversidad de la paradoja retorcida: el método de diversión es casi siempre, ni más ni menos, la pura realidad, mucho más tediosa que cualquier representación o interpretación que de la misma pueda conjeturarse desde una opción digamos contemplativa. Hay casos pintorescos, agarraderas fugaces aunque bastante llamativas, no lo niego, como el asunto de la concejal erótica esa, o la restauración del Cristo borgiano, o la tristeza del futbolista y fenómenos similares. Pero lo real evidenciado, en carne cruda manifestado, resulta tedioso hasta el sopor. Antes dormía uno la siesta con los culebrones de TVE o las películas vespertinas de Antena3, que a los efectos eran inmejorables. Ahora el run-run de la somnolencia y obligatoria guitarrada, mientras se va haciendo la digestión, son los escándalos diarios de una sociedad que, de puro parecerse a sí misma, se ha vuelto más plasta que el código civil de Surinam. Y lo malo no es eso, sino que la gente, por no molestarse en buscar otros estímulos, se abona a la repetición cotidiana de la misma tabarra. Casi se agradecen efemérides como la de hoy, con la larga sombra del 11-S neoyorkino generando la posibilidad de alguna retórica novedosa (improbable pero imaginable), o los nacionalistas catalanes en la calle, que es su natural, haciendo lo de siempre: entretenerse con "lo suyo" y por pedir que no quede. Eso siempre da que hablar, algunos incluso se cabrean y, gracias, gracias... algo se entretienen. Oye, que todo el mundo tiene derecho...

Y que sí, que ya me he enterado de que Dueñas ha sacado nueva novela. Y que Bolinaga tiene cáncer . Y que Rajoy dijo ayer. Y de todo lo demás... Qué suplicio y qué aburrición de país.

En fin, siempre nos quedará como remedio extremo la siesta a palo seco, sin música de fondo.

Allá que vamos.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Beatus ille, más o menos

Lo que verdaderamente tiene de bueno retirarse unos días al campo es que uno se entera sólo de lo que quiere. Ni siquiera lo que nos interesa tiene por qué interesarnos, y casi todo puede dejarse para "cuando volvamos"; o para nunca, esa nada gentilmente perpetua que es destino óptimo para la mayoría de los compromisos que nos atontan y la inmersa mayoría de la información que se cuela en casa sin pedir permiso.

En este último amago de no estar, creo que simulacro legítimo de felicidad virgiliana, sí me he enterado (porque he querido), de que dos amigos seguirán siéndolo para siempre... aunque ese siempre alcanza ahora la dimensión  literal y tan rotunda, muy desconcertante, que el morir pone a los asuntos de este mundo. Uno fue compañero de editorial (Ediciones B); en cierta ocasión agarramos una profundísima y muy literaria curda, discutiendo sobre el peluquín de un divo de la literatura que nunca publicó en las mismas editoriales que nosotros aunque estaba abonado a los saraos y canapés de todas. El otro fue compañero de periódico (IDEAL de Granada), y aunque nunca bebimos una copa juntos (para mí que era abstemio o casi), seguro que más de un tanganazo tuvo que tomarse más de un granadino fino para calmarse los nervios tras algunas "campañas" que sutilmente organizábamos en la prensa local.

Pero ya no están. Es lo que queda.

Por lo demás, he sido fiel al principio pascaliano de la desaparición (en el sentido difunto de Matías Pascal): no levantarme antes de las once, no discutir con nadie antes de las doce y tener la digestión hecha antes de acostarme. E intentar ser feliz o cosa que se le pareciera. Si he salido con bien del propósito, es asunto de importancia relativa. Aquí, como en el deporte de bajo nivel: intentarlo es lo que vale...