Que un escritor rechace un premio es bastante insólito. Pero que un escritor español deje pasar el Nacional de Literatura en su especialidad de narrativa, como ha hecho Javier Marías hace unas horas, resulta un fenómeno extraterrestre por lo increíble. Un autor de narrativa que no apetece laureles literarios, mucho menos oficiales, y que desdeña además los 20.000 euritos libres de impuestos del galardón, es rara avis en el gremio. Y tan raro.
Igual que estamos acostumbrados a los políticos granjeristas, nos hemos hecho a la idea del escritor ávido de chollos, prebendas, favores y distinciones. Parece que una cosa y la otra, ser escritor y apetecer canonjías, es parte del mismo oficio. Pues no. Al menos no para Javier Marías.
En un país como el nuestro, donde los niveles de lectura continúan siendo tan bajos (y más que lo van a ser, con la moda del e-reader que acabará siendo de uso común y arrinconando definitivamente al papel), conseguir salir adelante con las ventas de una novela, o de siete novelas, parece tarea imposible. Por esa razón, el escritor, de natural y por lógica, se abreva a la sinecura, el centenario, el milenario, los juegos florales, el bolo, el "ciclo de conferencias" que, digo yo, se lo deben saber de memoria porque siempre las imparten los mismos, sobre el mismo tema y en los mismos sitios. Nunca en los arrabales de la literatura hubo tantos escritores levantando la tapa de los contenedores, a ver qué hay, o qué han dejado los demás.
Otra. Qué afición le tienen cogida los políticos de este país (hoy hay que llamarlo así, estepaís), a la instrumentalización de la literatura, supeditándola y utilizándola con cierto descaro y bastante arbitrariedad en función de sus intereses puntuales. Parece como que se hubiera tramado una alianza estratégica, bastante natural, entre unos y otros: a fin de cuentas el oficio es el mismo: decir las cosas e intentar seducir las conciencias. El momento más descarado de esta confraternización entre gatopardos y goliardos se produjo en 2009, con ocasión del famoso y macabro "Kirmen de Uribe". Un jurado en el que ninguno de sus miembros habla y mucho lee en euskera da el premio nacional de narrativa a una primera novela de un poeta vasco que no ha sido traducida al español. Eso sí, todos los juramentados tenían el correspondiente manuscrito impreso y traducido por el diligente de turno. O sea, que concedieron (regalaron, seamos precisos) el premio a un montón de folios recién salidos de la impresora. Luego llegó la explicación, claro. El poeta en cuestión, proviniente de los ámbitos nacionalistas no-moderados y reciclado al constitucionalismo más o menos, era y es amigo de Patxi López. El galardón no premiaba la valía de la obra (¿para qué, si es todo política?), sino la buena intención y el buen rollo. Y que la amistad tira mucho, y que los amigos están para demostrarlo...
Aquel asunto tan, pero tan español en sus vertientes valleinclanescas y berlanguianas, me recordó en su día otra ocurrencia fabulosa, en otro contexto pero con muy semejante significado: cuando la universidad de Granada otorgó el Doctorado Honoris Causa al rey de Marruecos Muhammad VI (entonces flamante monarca) porque iba a hacer mucho por la democracia en su país. En un artículo de prensa yo solicité que me otorgasen el Premio Nobel de Literatura porque, en el futuro, iba a escribir unos novelones que ríete tú de García Márquez, Saramago y María Dueñas. Más fácil y concebible era que un servidor alcanzase esa maestría literaria que el pequeño rey democratizase Rabat y sus alrededores. El rector granadino me llamó delirante. Los delirios democráticos del joven Muhammad ya se ve dónde llegaron.
Bueno, que me disperso como siempre (mira que Faramio me lo tiene advertido: "Eres un pelma, colega". A lo que vamos.
Hoy, Marías ha dado ejemplo a muchos. Su maestro Benet estaría bien orgulloso. Y los escritores que creemos en la literatura y descreemos del frontón tuya-mía, estamos satisfechos. Los demás no, imagino. A los demás estas verdades no les escuecen porque aquí, en este mundejo, la verdad no hiere: simplemente es inoportuna. Y molesta. Como diría don Corrado Pirzzi: Es mala para el negocio.
Igual que estamos acostumbrados a los políticos granjeristas, nos hemos hecho a la idea del escritor ávido de chollos, prebendas, favores y distinciones. Parece que una cosa y la otra, ser escritor y apetecer canonjías, es parte del mismo oficio. Pues no. Al menos no para Javier Marías.
En un país como el nuestro, donde los niveles de lectura continúan siendo tan bajos (y más que lo van a ser, con la moda del e-reader que acabará siendo de uso común y arrinconando definitivamente al papel), conseguir salir adelante con las ventas de una novela, o de siete novelas, parece tarea imposible. Por esa razón, el escritor, de natural y por lógica, se abreva a la sinecura, el centenario, el milenario, los juegos florales, el bolo, el "ciclo de conferencias" que, digo yo, se lo deben saber de memoria porque siempre las imparten los mismos, sobre el mismo tema y en los mismos sitios. Nunca en los arrabales de la literatura hubo tantos escritores levantando la tapa de los contenedores, a ver qué hay, o qué han dejado los demás.
Otra. Qué afición le tienen cogida los políticos de este país (hoy hay que llamarlo así, estepaís), a la instrumentalización de la literatura, supeditándola y utilizándola con cierto descaro y bastante arbitrariedad en función de sus intereses puntuales. Parece como que se hubiera tramado una alianza estratégica, bastante natural, entre unos y otros: a fin de cuentas el oficio es el mismo: decir las cosas e intentar seducir las conciencias. El momento más descarado de esta confraternización entre gatopardos y goliardos se produjo en 2009, con ocasión del famoso y macabro "Kirmen de Uribe". Un jurado en el que ninguno de sus miembros habla y mucho lee en euskera da el premio nacional de narrativa a una primera novela de un poeta vasco que no ha sido traducida al español. Eso sí, todos los juramentados tenían el correspondiente manuscrito impreso y traducido por el diligente de turno. O sea, que concedieron (regalaron, seamos precisos) el premio a un montón de folios recién salidos de la impresora. Luego llegó la explicación, claro. El poeta en cuestión, proviniente de los ámbitos nacionalistas no-moderados y reciclado al constitucionalismo más o menos, era y es amigo de Patxi López. El galardón no premiaba la valía de la obra (¿para qué, si es todo política?), sino la buena intención y el buen rollo. Y que la amistad tira mucho, y que los amigos están para demostrarlo...
Aquel asunto tan, pero tan español en sus vertientes valleinclanescas y berlanguianas, me recordó en su día otra ocurrencia fabulosa, en otro contexto pero con muy semejante significado: cuando la universidad de Granada otorgó el Doctorado Honoris Causa al rey de Marruecos Muhammad VI (entonces flamante monarca) porque iba a hacer mucho por la democracia en su país. En un artículo de prensa yo solicité que me otorgasen el Premio Nobel de Literatura porque, en el futuro, iba a escribir unos novelones que ríete tú de García Márquez, Saramago y María Dueñas. Más fácil y concebible era que un servidor alcanzase esa maestría literaria que el pequeño rey democratizase Rabat y sus alrededores. El rector granadino me llamó delirante. Los delirios democráticos del joven Muhammad ya se ve dónde llegaron.
Bueno, que me disperso como siempre (mira que Faramio me lo tiene advertido: "Eres un pelma, colega". A lo que vamos.
Hoy, Marías ha dado ejemplo a muchos. Su maestro Benet estaría bien orgulloso. Y los escritores que creemos en la literatura y descreemos del frontón tuya-mía, estamos satisfechos. Los demás no, imagino. A los demás estas verdades no les escuecen porque aquí, en este mundejo, la verdad no hiere: simplemente es inoportuna. Y molesta. Como diría don Corrado Pirzzi: Es mala para el negocio.
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