Ayer comí en La Coruña, cené en Valencia y dormí en un hotel muy céntrico, muy moderno y muy caluroso. Hoy he desayunado en Santiago, he estado de mudanza en Arteixo y esta noche dormimos en una casa que no es la casa donde vivíamos ayer. El viaje relámpago a Valencia para mantener un encuentro con el club de lectores del Colegio de Abogados (Los fantasmas del Retiro siguen dando guerra), ha ido a entrometerse en estos afanes más bien estresantes del cambio de domicilio.
La buena noticia es que ya podemos disfrutar de servicios tan básicos como Internet y telefonía fija (mis abuelos la tenían en los años 50 del siglo pasado; nosotros, hoy, en según qué lugares de Galicia, no podíamos). Lo malo de todo el trajín es que me encuentro agotado y un poco desorientado. La vida, a veces, da unos acelerones tremendos. Y uno, la verdad, a estas alturas disfruta más de la bicicleta que del turbodiésel.
Por lo demás, todo en orden. "Lo demás" es el perro, maldito bicho: se ha acostumbrado a nuestro nuevo apartamento antes que yo. Ahí lo tenemos, ronca que ronca, como un sultán en su harén de almohadas y bolitas de pienso. Como un perro-tortuga que llevase el caparazón por dentro. A veces me da envidia de él. Otras veces, también.
Literatura, novela, ensayo, poesía Archivos, informaciones, noticias, publicaciones, artículos
viernes, 29 de junio de 2012
domingo, 24 de junio de 2012
Cuando San Juan sanjuanea
En Sevilla, un sanjuán es un zaguán; o mejor dicho: un zaguán se convierte en sanjuán por pareidolia fonética, cuando las zetas y las ces transmutan en eses y el fonema G toma prestada la hondura de la H andaluza. Y viceversa. Los sanjuanes de Sevilla tienen mosaicos de colores, se adornan con muchas macetas y los suelos siempre brillan porque siempre acaban de pasarles el mocho. El fenómeno es exclusivo de Sevilla, por supuesto.
En el resto de España y del mundo, un San Juan es un evangelista y un zaguán ni se sabe.
En el noroeste, por ejemplo, San Juan es noche de brujas más que de hogueras. Cuentan (contaba Cunqueiro en "De santos y milagros"), que la noche de San Juan del año mil y pico, los enanos de los bosques de Westfalia huyeron al mediodía de Francia porque un barón renano (¿?) quería cobrarles impuestos exorbitantes (no se sabe si por enanos, renanos o dueños de riquísimas minas en las que ocultaban doncellas dormidas); el barón, avaricioso, prendió hogueras por los caminos para avistar a los fugitivos, pero ellos burlaron el cerco agarrándose a las escobas volantes de las brujas de Sajonia, quienes iban camino de Carcasona para reunirse en asamblea y repartir con equidad las moscas, moscardas, tábanos y otros bichos zumbones que molestarían la siesta durante el alegre verano. Me parece una explicación sobre las hogueras de San Juan tan plausible como la del zaguán. El lío entre enanos, renanos, Westfalia, Sajonia y Renania ya es cosa de los antropólogos. Yo, ni entro ni salgo.
Anoche, en Arteixo (muy lejos de Westfalia), más que hogueras hubo humaredas. Los campesinos aprovechan la fiesta para quemar rastrojos sin llamar demasiado la atención (alguna multa se ahorran, seguro). Los petardos de la sanjuanada estallaron al unísono con los de la francesada futbolera (aquel 2 de mayo trajo este 2 a cero, dijo alguien arrebatado de patriotismo romántico, del de antes). Humo y pólvora, la ciudad desvanecida entre tinieblas, olor a campos ardiendo y bandadas de pájaros volando alto, sacados del nido a mitad de su noche, aterrorizados por el fuego y el estampido de los petardos. Seguro que toparon con más de una bruja sajona, desviada de su rumbo a Carcasona. El noroeste es lo que tiene: más que magia, hechicería. Como si el Apocalipsis sanjuanero se hubiese traducido al gallego antes que al latín.
lunes, 18 de junio de 2012
La vida del dromedario
Los dromedarios y otros bichos vegetarianos tienen un estómago complejo, en el caso de estos pseudorumiantes dividido en tres partes bien diferenciadas, algunos en cuatro, cada cual encargada de su precisa y delicada función y todo acorde al objetivo fundamental de estos animales: hacer una buena digestión. Su cerebro, por contra, es simple como el mecanismo de un sello. Se compone, a saber, de materia gris, masa neuronal y partes blandas, y todas ellas, en rudimentaria conjunción, sirven para cosas muy básicas: saber cuándo tienen hambre y sed y cuando les place irse de dromedarias.
El ser humano está mal hecho (en comparación con los rumiantes por lo menos). Nuestro estómago es un único y recio saco sin fondo en el que cabe casi todo lo que se le eche. Prueba de lo anterior es que hay gente que come tres o cuatro veces al mes en McDonald's y continua gozando de perfecta salud. El cerebro, por contra, lo tenemos fraccionado, más bien laminado en segmentos refinadísimos y, a qué negarlo, bastante vulnerables: el yo, el ego, el superyo, el subconsciente, el ego social, la mente físico/anatómica, el entramado neuronal, los conductores neuroquímicos... un cafarnaún con tendencia a averiarse cada dos por tres, proclive a las interferencias, sobre todo entre el yo consciente y el inconsciente. Con frecuencia un desastre. Y encima el mantenimiento es tremendamente oneroso: experiencia, sentimientos, emociones, pasiones, gozos y llantos, dolor y dicha, amores y decepciones, celos, envidias, euforia, cordura y delirio. Y ansiolíticos y antidepresivos. Una pasta gastamos a lo largo de la vida en ese órgano tan complicado, tirano y rumiante. Porque, eso sí: el muy cabrón rumia, como cualquier dromedario. Lo leí en otro día en un libro de psiquiatría (quizás fue en el prospecto de un fármaco, no recuerdo bien, la memoria es otro cigüeñal que había olvidado); "rumiación de ideas", decía el texto docto. O sea, que los humanos somos capaces de hacer la digestión de un cocido maragato pero necesitamos rumiar alguna que otra idea de vez en cuando. Chapuza.
Mal, muy mal hechos estamos. Y encima a ver quien se hace cargo de las reclamaciones. El maestro armero, me comentan, está de baja indefinida por depresión desde que Freud se hizo cargo del invento y le arruinó el negocio.
El ser humano está mal hecho (en comparación con los rumiantes por lo menos). Nuestro estómago es un único y recio saco sin fondo en el que cabe casi todo lo que se le eche. Prueba de lo anterior es que hay gente que come tres o cuatro veces al mes en McDonald's y continua gozando de perfecta salud. El cerebro, por contra, lo tenemos fraccionado, más bien laminado en segmentos refinadísimos y, a qué negarlo, bastante vulnerables: el yo, el ego, el superyo, el subconsciente, el ego social, la mente físico/anatómica, el entramado neuronal, los conductores neuroquímicos... un cafarnaún con tendencia a averiarse cada dos por tres, proclive a las interferencias, sobre todo entre el yo consciente y el inconsciente. Con frecuencia un desastre. Y encima el mantenimiento es tremendamente oneroso: experiencia, sentimientos, emociones, pasiones, gozos y llantos, dolor y dicha, amores y decepciones, celos, envidias, euforia, cordura y delirio. Y ansiolíticos y antidepresivos. Una pasta gastamos a lo largo de la vida en ese órgano tan complicado, tirano y rumiante. Porque, eso sí: el muy cabrón rumia, como cualquier dromedario. Lo leí en otro día en un libro de psiquiatría (quizás fue en el prospecto de un fármaco, no recuerdo bien, la memoria es otro cigüeñal que había olvidado); "rumiación de ideas", decía el texto docto. O sea, que los humanos somos capaces de hacer la digestión de un cocido maragato pero necesitamos rumiar alguna que otra idea de vez en cuando. Chapuza.
Mal, muy mal hechos estamos. Y encima a ver quien se hace cargo de las reclamaciones. El maestro armero, me comentan, está de baja indefinida por depresión desde que Freud se hizo cargo del invento y le arruinó el negocio.
jueves, 14 de junio de 2012
Las buenas noticias
Últimamente las buenas noticias me las dan los amigos, como debe ser.
Decía quien lo decía, con su puntito de razón, que las buenas noticias no son noticia sino publicidad. Noticias, las malas. Por eso suele ocurrir que el modelo de "buena noticia" se reduce al ámbito de lo personal, prácticamente lo privado. Lo que sucede es que, con la que está cayendo ahí fuera, algunos intentamos hacer más grande nuestra casa y más pequeño el mundo. No sé si se me entiende. Más que una cuestión de dimensiones es una cuestión de magnitudes. El cumpleaños de mi hijo es muy importante; los 100.000.000 € rescatadores, por el contrario, tienden a importarme un pito.
Últimamente las buenas noticias me las dan los amigos de la mejor manera posible: libros. ¿Alguien es capaz de más?
El pasado sábado, tras una tarde deliciosa de café y conversación en el Macondo coruñés, Xosé Antonio López Silva, descubridor de los últimos inéditos de Cunqueiro, compilador y editor de los mismos, me obsequió este ejemplar de la obra.
Se abrió la espita y en tres días han caído tres certificados de correos. Conviene a saber:
Últimas mareas, de José Antonio Moreno Jurado
El canon heterodoxo, de Antonio Enrique
La tumba del monfí, de José María Pérez Zúñiga
Últimamente, mi buzón de la correspondencia es un arca redentora donde los amigos depositan su mensaje. La distancia es testigo de su cercanía.
Para gozarla. Me refiero a la vida, la amistad. La literatura.
Decía quien lo decía, con su puntito de razón, que las buenas noticias no son noticia sino publicidad. Noticias, las malas. Por eso suele ocurrir que el modelo de "buena noticia" se reduce al ámbito de lo personal, prácticamente lo privado. Lo que sucede es que, con la que está cayendo ahí fuera, algunos intentamos hacer más grande nuestra casa y más pequeño el mundo. No sé si se me entiende. Más que una cuestión de dimensiones es una cuestión de magnitudes. El cumpleaños de mi hijo es muy importante; los 100.000.000 € rescatadores, por el contrario, tienden a importarme un pito.
Últimamente las buenas noticias me las dan los amigos de la mejor manera posible: libros. ¿Alguien es capaz de más?
El pasado sábado, tras una tarde deliciosa de café y conversación en el Macondo coruñés, Xosé Antonio López Silva, descubridor de los últimos inéditos de Cunqueiro, compilador y editor de los mismos, me obsequió este ejemplar de la obra.
Se abrió la espita y en tres días han caído tres certificados de correos. Conviene a saber:
Últimas mareas, de José Antonio Moreno Jurado
El canon heterodoxo, de Antonio Enrique
La tumba del monfí, de José María Pérez Zúñiga
Últimamente, mi buzón de la correspondencia es un arca redentora donde los amigos depositan su mensaje. La distancia es testigo de su cercanía.
Para gozarla. Me refiero a la vida, la amistad. La literatura.
viernes, 8 de junio de 2012
Lo natural
La química tiene mala prensa. Los productos naturales, en cambio, son el no va más de lo saludable y pispo. Lo natural
Por ejemplo, si a un individuo le da un infarto, lo natural es que se muera. A menos que concurran un montón de elementos antinaturales para salvarle la vida: una ambulancia que contamina por emisión de humos y ruidos (eso para empezar); después, descargas de desfibrilador, catéteres de adrenalina (más química, horror), bypass... todo muy poco natural.
"Lo natural", dice Orteguita siempre tan a la contra, "es que el cerebro humano y la capacidad de comprensión e interacción con la naturaleza evolucionen, aumenten nuestros conocimientos y posibilidades tecnológicas, seamos capaces de sublimar sustancias para convertirlas en componentes médico-terapéuticos activos...". Lo más natural del mundo es tomar un inductor al sueño para combatir el insomnio; porque, naturalmente, un montón de científicos, farmacéuticos y doctores que naturalmente se han pasado la vida aprendiendo y experimentando, han sido capaces de sintetizar sustancias que curan o, por lo menos, nos hacen la vida más llevadera. La valeriana está bien para probaturas, el "ahí queda eso" eco-ambiental, un lujo para cuando la gente está más o menos sana y quiere potenciar su sensación de bienestar con la certeza de que no lleva química en su cuerpo.
"Pero si somos pura química", dice Orteguita.
Tan cierto. Si la química fuese antinatural, no existiríamos. Y ni te digo de la física. ¿Qué pasa, que la gente volaba hasta que el sieso de Newton descubrió la ley de la gravedad ?
Ay, Señor, qué paciencia...
Por ejemplo, si a un individuo le da un infarto, lo natural es que se muera. A menos que concurran un montón de elementos antinaturales para salvarle la vida: una ambulancia que contamina por emisión de humos y ruidos (eso para empezar); después, descargas de desfibrilador, catéteres de adrenalina (más química, horror), bypass... todo muy poco natural.
"Lo natural", dice Orteguita siempre tan a la contra, "es que el cerebro humano y la capacidad de comprensión e interacción con la naturaleza evolucionen, aumenten nuestros conocimientos y posibilidades tecnológicas, seamos capaces de sublimar sustancias para convertirlas en componentes médico-terapéuticos activos...". Lo más natural del mundo es tomar un inductor al sueño para combatir el insomnio; porque, naturalmente, un montón de científicos, farmacéuticos y doctores que naturalmente se han pasado la vida aprendiendo y experimentando, han sido capaces de sintetizar sustancias que curan o, por lo menos, nos hacen la vida más llevadera. La valeriana está bien para probaturas, el "ahí queda eso" eco-ambiental, un lujo para cuando la gente está más o menos sana y quiere potenciar su sensación de bienestar con la certeza de que no lleva química en su cuerpo.
"Pero si somos pura química", dice Orteguita.
Tan cierto. Si la química fuese antinatural, no existiríamos. Y ni te digo de la física. ¿Qué pasa, que la gente volaba hasta que el sieso de Newton descubrió la ley de la gravedad ?
Ay, Señor, qué paciencia...
miércoles, 6 de junio de 2012
domingo, 3 de junio de 2012
El IBI de los curas
Continuo con mis inquietudes lógico-metafísicas.
Qué manía le ha entrado a los alcaldes del PSOE e IU (y algunos otros que tiran más o menos al monte), de que la iglesia católica pague el IBI de los edificios de su propiedad. No es que me parezca mal, pero me parecería mucho mejor si todos se aplicasen la misma exigencia.
Los partidos políticos no pagan este impuesto municipal. Ni los sindicatos. Ni las mezquitas ni las sinagogas ni las iglesias ortodoxas ni las protestantes ni las budistas. Ninguna. Ni las federaciones deportivas. Ni las ochocientas cuarenta mil organizaciones benéficas (ejem) que viven de las subvenciones del Estado (ejem). Ni el mismo Estado, claro. Aunque el Estado es de todos y sería un contrasentido que se pagase impuestos a sí mismo. (Lo de "el Estado es de todos" tómenlo como una metáfora; ciertamente es de todos, aunque de unos es más que de otros).
De todo lo anterior, ningún alcalde trabuquero de esos que claman por el IBI de los curas dice una palabra. Como decía Sarita Montiel en su célebre cuplé: "Pero eso lo callas, haces bien porque es cosa de hombres y tú no eres eso".
Nunca he sido muy católico, la verdad, pero me entra una simpatía inmensa por la iglesia de Roma cuando imagino a doña Leire Pajín hablando por teléfono desde alguno de los despachos que ocupa (sin pagar IBI), exigiendo a un comedor social de Cáritas que pague el IBI. Lo de "justicia pero no por mi casa", especialidad ética de nuestras clases dirigentes, es un discurso que ya apesta. Entre creer en el misterio de la Santísima Trinidad o en Leire Pajín, asemejados y asemejadas, un servidor, si es necesario, vuelve a vestirse de marinerito y hace la segunda comunión. No te jode.
Qué manía le ha entrado a los alcaldes del PSOE e IU (y algunos otros que tiran más o menos al monte), de que la iglesia católica pague el IBI de los edificios de su propiedad. No es que me parezca mal, pero me parecería mucho mejor si todos se aplicasen la misma exigencia.
Los partidos políticos no pagan este impuesto municipal. Ni los sindicatos. Ni las mezquitas ni las sinagogas ni las iglesias ortodoxas ni las protestantes ni las budistas. Ninguna. Ni las federaciones deportivas. Ni las ochocientas cuarenta mil organizaciones benéficas (ejem) que viven de las subvenciones del Estado (ejem). Ni el mismo Estado, claro. Aunque el Estado es de todos y sería un contrasentido que se pagase impuestos a sí mismo. (Lo de "el Estado es de todos" tómenlo como una metáfora; ciertamente es de todos, aunque de unos es más que de otros).
De todo lo anterior, ningún alcalde trabuquero de esos que claman por el IBI de los curas dice una palabra. Como decía Sarita Montiel en su célebre cuplé: "Pero eso lo callas, haces bien porque es cosa de hombres y tú no eres eso".
Nunca he sido muy católico, la verdad, pero me entra una simpatía inmensa por la iglesia de Roma cuando imagino a doña Leire Pajín hablando por teléfono desde alguno de los despachos que ocupa (sin pagar IBI), exigiendo a un comedor social de Cáritas que pague el IBI. Lo de "justicia pero no por mi casa", especialidad ética de nuestras clases dirigentes, es un discurso que ya apesta. Entre creer en el misterio de la Santísima Trinidad o en Leire Pajín, asemejados y asemejadas, un servidor, si es necesario, vuelve a vestirse de marinerito y hace la segunda comunión. No te jode.
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