José Vicente Pascual González - Blog
30/09/2010
“El ‘yo’ ha dejado de ser una experiencia íntima” con las nuevas tecnologías.
“Internet ha potenciado la expresión autobiográfica”. Así lo afirmó en la Universidad de Navarra Anna Caballé, profesora de Literatura Española y responsable de la Unidad de Estudios Autobiográficos de la Universidad de Barcelona. Asimismo, destacó que “gracias a las nuevas tecnologías y a las redes sociales, el sujeto autobiográfico posee en la actualidad un componente muy público”, a lo que añadió que “el ‘yo’ ha dejado de ser una experiencia íntima para convertirse en una carta de presentación”.
Uno lee estas cosas y de inmediato le acuden dos preguntas a las entendederas: en qué mundo vive uno, sin enterarse de avances tan jugosos en el ámbito de los estudios psicosociales; y cómo es posible que fenómenos de tal calibre (la disolución/superación del yo íntimo en el apogeo tecnológico de las redes sociales, cuando se dudaba incluso de que tal yo íntimo tuviese suficiente entidad y capacidad agente como para siquiera expresarse en lo más aburrido de un partido de fútbol de segunda división), se produzcan así como así, apenas sin anunciarse, como la primavera que llega y da la impresión, siempre, de que va a quedarse eternamente instalada en nuestras vidas que despabilan tras el invierno.
No quiero ni pretendo poner en cuestión la autoridad de la doctora Caballé en asuntos tan complejos que incluso pudieran derivar en lo abstruso, pero la cuestión tiene su importancia. El “yo”, como sustrato necesario e insustituible del individuo, es en consecuencia, al mismo tiempo, receptor y catalizador de todos los valores establecidos, fijados y racionalmente desarrollados en las coordenadas que señalan el “estado de civilización”. Conjeturar sobre la cesión de atributos de ese yo esencial, en favor del yo público que se expresa en Internet, requiere (al menos debería), el aporte de una serie de precisiones insoslayables. La primera de ellas. ¿A qué “yo íntimo” se refiere la experta cuando lo reduce a la categoría de expresión autobiográfica en la red?
Quizás se refiera al yo/ego que psicólogos, psicoanalistas y neurólogos llevan un par de siglos indagando, sin haberse puesto de acuerdo todavía en cuáles son sus factores reales de enraizamiento en la percepción natural que todo ser tiene de sí mismo, así como, por afinidad “intuida”, sobre el conjunto de seres, pensantes o no, que conforman la realidad cognoscible, lo que los filósofos llevan tanto tiempo denominando “fenómeno”. Y de ahí a la conciencia como alusión perpetua que nos sugiere la pertenencia del yo a un “suprayo” que se sospecha estrechamente vinculado con el fondo indiferenciado de cuanto existe, sea manifestado (fenómeno), o no manifestado, es decir, pertenezca a los ámbitos, por decirlo de esta manera, del “más allá de las cosas”. Ese yo profundo, cognitivo respecto a sí mismo y el mundo, actúa con eficiente autonomía respecto al individuo, otorgándole la virtud de “conocer” y la desventaja de “saberse pero no comprenderse del todo” en el laberinto de impresiones, unas fácticas y otras de carácter espiritual, que conforman la realidad más recóndita del ser humano. No parece razonable que sea a ese “yo” al que se refiere la señora Caballé. Demasiado azúcar para tan poco café con leche como cabe en una red social.
Si hablamos del “yo social”, puede que nos aproximemos más a lo que se pretende exponer en estas conclusiones sobre la irrupción de las nuevas tecnologías en el propio concepto de individualidad percibida como fenómeno único. El problema estaría entonces, sin embargo, en que no habría gran cosa que “vender” a la publicidad de los medios virtuales. Sería, por poner un ejemplo clásico, como si el más depravado de los libertinos o el más diligente banquero intentase vender su alma al diablo. La baratura de la mercancía hace innecesaria la transacción. El yo social del individuo contemporáneo, generalmente considerado, sufre una degradación, o por mejor expresarlo, una desorientación de tal magnitud que reinventarlo a través de las redes sociales parece tarea tan sencilla, y tan obvia, que el descubrimiento carecería de relevancia y, desde luego, no merecería ser materia de estudio en unas jornadas universitarias como las celebradas días atrás en Navarra.
Por último, es posible y no creo que descabellado suponer que la doctora Caballé, cuando habla del “yo íntimo”, se está refiriendo al yo privado, es decir, al individuo protegido por la confidencialidad de su vida y actos a que todo ciudadano tiene derecho. En tal caso, no estaríamos hablando de un cambio sustancial en la conceptualización de dicho yo, sino en una galana cesión que una serie de insensatos hacen de su privacidad, confiándola a la turbamulta expresiva de medios digitales donde el yo privado deja de ser agredido por la presión y capacidad intromisora de poderes superiores (el Estado sobre todo, aunque no exclusivamente), para diluirse afónico en un guirigay virtual donde todo el mundo tiene el derecho a expresarse, de hecho todo el mundo se expresa y, por eso mismo, nadie hace caso a nadie.
Como última reflexión sobre las supuestas ventajas de ciertas aplicaciones de las nuevas tecnologías en la exposición pública y genuina del yo, parece obligatorio recordar, tanto a la doctora Caballé como a quienes compartan su punto de vista, que la supuesta “potenciación de la expresión biográfica” en Internet, es un camelo en el que han dejado de creer, hace mucho tiempo, todos quienes tienen cierta experiencia en el manejo de navegadores, páginas web, foros, redes sociales, chats y demás ingenios propios de esta modernidad de la tarifa plana. Cualquier frecuentador de estos servicios sabe que los usuarios, por norma (y ciertamente por cautela, además de otros motivos menos confesables), mienten como respiran en dichos sites. No dicen una verdad ni al médico que los atiendeon-line. Una cosa es contar y trazar los perfiles de la propia biografía, la que en verdad nos define como individuos reales, y otra inventarse un yo virtual que figure con aceptable éxito en los espacios, también virtuales, de las redes sociales. Desde que Gaspar Llamazares, por aquel entonces coordinador de Izquierda Unida, dio unos azotes al rey de España en sus no menos reales posaderas, suceso acontecido en Second Life, hasta el gato de mi vecina sabe que en Internet puede suceder de todo, y que nada de lo que sucede es real. Y si pasa de verdad algo verdadero, no tiene importancia. Las autobiografías narradas en Internet son tan ciertas y por tanto merecedoras de atención, estudio, trazado de perfiles estadísticos y obtención de patrones fiables sobre la conducta, como el aspecto físico de una estrella de Hollywood después de pasar siete veces por la clínica de cirugía plástica. Con una gran ventaja, desde luego: en Internet, conseguir una imagen física más que notable es completamente gratis; sólo se necesita el Photoshop, una fotografía de George Clooney o Nicole Kidmam y un poco de credulidad por parte del respetable. Y de eso mismo, credulidad, hay a espuertas, dentro y fuera de Internet.